Derechos Naturales, únicos, individuales y humanos.

“Los individuos poseen derechos, no porque sintamos que deberían, sino debido a una investigación de la naturaleza del hombre y del universo.”

Murray N. Rothbard






Los conceptos de los que voy a hablar a continuación, son la base misma del pensamiento liberal.
Todo aquel que se aleje de estas ideas, no puede llamarse liberal. Y no hay posibilidad de apelaciones.

Ya en las obras de Platón (“República y Leyes”) y de Aristóteles (“Ética nicomáquea”), en la Grecia antigua, se dejaba ver una aproximación a la idea de los Derechos Naturales.
Luego fue John Locke, desde su obra, desde sus ensayos, quién le dio forma a la base filosófica de nuestro pensamiento. No en vano, este gran pensador es llamado “el padre del Liberalismo”.

Mezclando todo como en una ensalada de ideas, haciendo un resumen de siglos de debates y montañas de literatura sobre el derecho, vamos a analizar juntos esta corriente de pensamiento.

El derecho natural es una serie de derechos, muy corta por cierto, que son inherentes a la naturaleza del ser humano, que vienen dados por la misma existencia y que por esa razón, quienes defendemos esto, insistimos en que son derechos inviolables e inquebrantables. Tenemos la convicción de que nadie, absolutamente nadie tiene la potestad de conculcarlos o eliminarlos. Tenemos vida y nadie puede acabar con ella, tenemos libertad y nadie puede impedirnos que gocemos de ella, y tenemos propiedad y nadie puede disponer ni impedir que dispongamos de ella.

¡Ahí están! Los acabo de nombrar. Estos son los tres derechos naturales, únicos, individuales y humanos: Vida, Libertad y Propiedad.



Antes de analizar estas tres premisas, debe quedar claro de qué clase de derecho estamos hablando.
La única visión del derecho compatible con el Liberalismo es la negativa. Los liberales entendemos que no existe un derecho a hacer, sino un derecho a que nadie impida que hagamos lo que queremos hacer. Tampoco existe para nosotros un derecho a tener, solo existe el derecho a que nadie nos quite lo que es nuestro.

Te estarás preguntando que implican estos obvios conceptos, los cuales supuestamente nadie desconoce, como para que les demos, a algo tan general, el carácter de cimiento de una filosofía… nuestra filosofía.

A pesar de su obviedad, nuestro enemigo ha tratado siempre, a lo largo de la historia, de acabar con ellos, y junto con ellos acabar con toda clase de derecho derivado. Esta actitud ha provocado que desde sus inicios, el Liberalismo haya luchado por defenderlos y por limitar progresivamente el poder de nuestro enemigo. Y la lucha continúa.

Debido a la universalidad de estos tres derechos, al estudiarlos en profundidad, comprenderlos en su totalidad y respetarlos al pie de la letra, toda la estructura normativa de la sociedad se vuelve más sólida y justa.

Además de la universalidad y de la necesidad de su defensa, otra característica que quiero destacar de estos tres derechos, es la interrelación e interdependencia que hay entre ellos. Cada uno contiene a los otros, se justifican entre sí. El uno sin los otros está incompleto.
Sin vida, es más que obvio que no hay ni libertad, ni propiedad.
Sin libertad no se puede gozar plenamente de la vida, ni disponer de la propiedad.
Sin propiedad no hay libertad y corre serios riesgos la vida.

En tiempos de la declaración de la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, los llamados “Padres Fundadores” habían agregado la “Búsqueda de la felicidad” como el tercer derecho, y aunque es obvio que todo liberal lo defiende como tal, su sentido está dado por la preexistencia de los tres derechos de los que hemos estado hablando. La búsqueda de la felicidad y la concreción de los proyectos personales, solo es posible si los derechos naturales del individuo son respetados.
Así como el derecho a la búsqueda de la felicidad está dado por los tres derechos básicos, todo lo demás que pueda surgir, estará igualmente justificado en los mismos principios. Es más, hay cosas que los humanos deseamos o necesitamos, que son mal llamados derechos, pero que no son tales.
Generalmente, son innecesarias las montañas de leyes y regulaciones que buscan justificar el otorgamiento de falsos derechos. Los derechos derivados y los “pseudo-derechos”, estarán atendidos siempre y cuando se respeten los básicos vida, libertad y propiedad.

Veamos el caso de un derecho ampliamente admitido como tal: el derecho a la libre expresión.

Todo individuo tiene, o debería tener, la total libertad de expresar todo cuanto siente y piensa, sin más límites que sus deseos. Pero para llevar a cabo tal fin, es necesario poseer ciertos bienes, que serán los medios gracias a los cuales lo que se quiere expresar, finalmente sea expresado.
Podemos pararnos en medio de una plaza pública y, sin otra herramienta más que nuestra voz, exclamar nuestra idea. Para poder realizar esta acción necesitamos tener total disponibilidad de nuestra primera propiedad: nuestro cuerpo. Si alguien nos secuestrara y encerrara, sería imposible dar un discurso en medio de una plaza. Si nos mataran… muchísimo menos.
Para llevar nuestra idea, a mayor cantidad de personas, necesitamos otros medios. Publicaciones, diarios y revistas, libros, canales de televisión, emisoras de radio, Internet, etcétera. Para poder utilizar esos medios debemos ser propietarios de los mismos. O podemos adquirirlos, legítimamente, intercambiando derechos de propiedad.

En una sociedad donde el derecho de propiedad privada no es reconocido, donde la propiedad no es respetada, o es de carácter comunitaria, surgen cientos de trabas a la libre disposición de dicha propiedad para llevar a cabo las acciones que queremos realizar.

En fin… a lo que quiero llegar. Para poder expresarnos libremente, no necesitamos establecer un “derecho a la libertad de expresión”, tan solo entendiendo y respetando el derecho individual de la propiedad privada es suficiente.

Insisto en que descubriendo, entendiendo, respetando y haciendo valer los tres derechos individuales y naturales, todo lo demás estará cuidado.
Para que una sociedad sea pacífica y próspera, yo debo respetar la vida, la libertad y la propiedad privada de los demás, y nadie… absolutamente nadie, puede coartar el goce de mi vida, mi libertad y mi propiedad.

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