Alberdi y Hayek... una aventura de Lacha Lazzari

Nuestro querido Gustavo “Lacha” Lazzari juntó dos personajes muy importantes para el liberalismo de todos los tiempos y de todos los rincones de la tierra, en un excelente ensayo/ficción que le valiera en 2014 el prestigioso premio “Caminos de libertad”. Juan Bautista #Alberdi, a quien estamos homenajeando en esta nueva versión de aquel querido #LiberalDelMes, se une a Friedrich Von Hayek en un paseo por el Buenos Aires de todos los tiempos. Espero que les guste…


Alberdi y Hayek caminan Buenos Aires
"Por Cristian Gomito Gomez"
(Gustavo Lazzari)



Una reunión cancelada sumada a mi poco habitual puntualidad generaron la combinación exacta para sentarme en un bar de Buenos Aires.

El Café Tortoni fundado en 1858 es un ícono de la ciudad ubicado en pleno corazón de la clásica Avenida de Mayo. Allí históricamente se reunían intelectuales, políticos, poetas, bohemios. Cita obligada de los turistas que visitan Buenos Aires. Mobiliario antiguo, de una época gloriosa de la ciudad.



En un salón donde diariamente se escucha tango, poesía, conferencias. Un subsuelo dedicado a espectáculos de música, especialmente jazz y un espacio para la histórica biblioteca del Lunfardo. El lunfardo es una jerga originada y desarrollada en Bueno Aires a principios del siglo XX. Llamada también "el dialecto de los ladrones" era también utilizada por personas de mala vida a los efectos de diferenciarse y ocultarse de los ciudadanos y las fuerzas policiales.

Cada vez que ingreso a un bar de Buenos Aires recuerdo un artículo de la revista Todo es Historia que rezaba que “La ventana de un bar es una institución adentro de otra institución” y daba cuenta de todo lo que se piensa, observa y reflexiona desde la ventana de un bar.

Un día de sol agradable. Esos días fríos y soleados donde la atmósfera parece más transparente ideal para no sumarse al ritmo vertiginoso de una ciudad.

Dentro del café, clientes ocasionales y una mesa con parroquianos que, por lo distendido de la discusión, estimo bastante habituales.

La mesa de parroquianos me resultaba atractiva. Inevitable escuchar una discusión interminable sobre fútbol, como en todos y cada uno de los bares de Buenos Aires, a cualquier hora.

Esta vez, el debate era entre el Huracán del 73 y el Argentinos Juniors del “piojo Yudica” en 1985, esas discusiones que, tengo la sensación, solo pueden dividir a los argentinos. Rica e interminable discusión. Cada argumento cada relato contaba con detalles casi televisivos. De alguna manera las imágenes se reflejaban en una suerte de pantalla. Los parroquianos conocían y revivían cada jugada y cada gol que conformaba la conversación.

Mientras las anécdotas y razonamientos se cruzaban ingresa al bar una cara extrañamente conocida. En esos momentos el cerebro busca imágenes como un buscador de computadora. Las fotos se suceden hasta identificar el nombre exacto. Cerré fuertemente los ojos como hidratándolos porque no podía creer lo que estaba viendo. Se sentó cerca mío, traje oscuro, sobretodo negro, bastón y mirada relajada. No tenía apuro, pero la ansiedad le brotaba por los ojos.

Con movimientos lentos guiaba sus ojos hacia la puerta y hacia otras mesas que indiferentes lo ignoraban.

Evidentemente esperaba a una persona. Con cierto desconcierto comencé a prestarle atención tratando de ningunear la futbolera discusión de la mesa de atrás.

A los cinco minutos exactos ingresa por la puerta otra cara muy conocida. Traje gris, los mismos movimientos pausados, hombre mayor, delgado, pero pasos firmes.

Difícil de creer, más difícil de contar. Miré a los costados porque no era real. Detrás mío la misma discusión como si nada hubiera cambiado.

La mesa de parroquianos hizo silencio solo cuando uno de ellos monopolizó el discurso describiendo los movimientos del “panza Videla” y el “bichi” Borghi en la final 2-2 contra la Juventus en Tokio. Los mozos miraban la nada como si ya hubieran encontrado algo.

Otro cliente miraba la borra del café y otros mas conversaban casi sin mirarse, celular de por medio.

Todo normal. ¿Ninguno ve lo que estoy viendo? Miré al mozo como buscando una curiosidad cómplice. Y nada.

Me froté la cara y volví a mirar a los recién llegados, que luego de estrecharse las manos se sentaron. Evidentemente venían de lugares distintos pero todo indica que acordaron encontrarse en este bar, a esta hora. Estaban un poco cansados, dos hombres mayores, con saludable aspecto y trajes de época.

Volví la vista hacia la mesa de parroquianos. Y la discusión seguía, ahora comentando las corridas del “pucho Castro” y los cañonazos de “Ereros”. Me convencí que salvo que los recientemente llegados hubieran jugado al menos en el fútbol de ascenso nada iba a distraer la atención de aquella mesa.

Se les acercó un mozo y sacudió las pocas migas con los clásicos latigazos hechos con la servilleta. Porteña modalidad de higienizar las mesas.

Evidentemente o se trataba de una alucinación mía, o eran dos personas medianamente parecidas a dos próceres de la libertad.

El señor de traje más oscuro, un poco mayor, tenía canas, anteojos y esa sonrisa que dan los años intensamente vividos.

El otro, de traje más claro parecía más familiar, como si viviera en Buenos Aires o en éste país. Pero me llamaba poderosamente la atención la curiosidad que brotaba de los ojos de ambos.

Evidentemente no eran lugareños y por algún motivo decidieron encontrarse allí. Justamente en una mesa muy cercana a la mía.

Le pregunto a un mozo si los conoce. Los hombros hacia arriba y una extraña mueca bucal, revela que mi pregunta fue al menos desubicada.

Acerco mi mirada, toda mi concentración y no puedo creer lo que estaba viendo. Miro alrededor como queriendo compartir mi sorpresa.

Alberdi y Hayek se habían encontrado.

De alguna manera coordinaron ese encuentro y allí estaban. Se debían una charla.
Durante décadas seguidores de ambos hablamos de las extrañas coincidencias de vuestros pensamientos y aportes.

El abrazo inicial, el fuerte apretón de manos, las miradas brillosas de uno hacia el otro señalaba que con mucho placer estaban saldando una cuenta.

En vida no se conocieron. Juan Bautista Alberdi nació en San Miguel de Tucumán el 29 de agosto de 1810. Fue abogado, jurista, economista, político, escritor, músico y autor intelectual de la Constitución Nacional. Me atrevo a decir, la mentalidad más lúcida de la historia argentina. Falleció en Francia el 19 de junio de 1884.

Friedrich August von Hayek nació en Viena, Austria el 8 de mayo de 1899, fue filósofo, jurista, y economista de la Escuela Austríaca. Recibió el premio Nobel de Economía en 1974 y falleció el 23 de marzo de 1992 en Alemania.

Alberdi falleció antes que naciera Hayek. Tampoco hay registros que Hayek haya leído a Alberdi.

Pero por razones que desconozco ahí estaban. Nuevamente me froté los ojos. El celular me sirvió para cancelar mi reunión. Las circunstancias habían cambiado y los planes también.

Rompí programas y me olvidé del decoro. Los seguí lo más cerca que pude cual espía de la historia. No podía perder lo que no podía creer. Pagaron la cuenta y al paso lento de los dos protagonistas comenzamos la marcha.

El áurea me atraía. Me senté lo mas cerca posible y comencé a escuchar con cierto disimulo la conversación que evidentemente habían acordado en forma previa.

Tras unos minutos comenzaron a caminar. Buenos Aires es una ciudad que claramente prueba de lo que sus ideas pueden hacer y de lo que pueden deshacer sus detractores.

Rápidamente bajaron por las escaleras de la estación Perú del subte A. La intención era observar la primera línea de Metro de América Latina. Hoy Recorre desde la Plaza de Mayo hasta la estación de Nazca en el barrio de Flores. El centro geográfico de la ciudad. Pero durante muchas décadas mantuvo su recorrido original hasta Primera Junta.




El 15 de septiembre de 1911 comenzó la construcción de la Línea Anglo Argentina, a cargo de la contratista Philipp Holzmann & Cía. La construcción de esta línea implicó la contratación de 1.500 obreros y la utilización de 31 millones de ladrillos, 13.000 toneladas de hierro y 90 mil metros cuadrados de capa aisladora. En 1939 fue denominada Línea A, como se la conoce actualmente.

El tramo Plaza de Mayo-Plaza Miserere del subterráneo fue inaugurado el primero de septiembre de 1913. Se convertía en la primera línea de Subte de Latinoamérica y la primera del hemisferio sur. Buenos Aires se convertía así en la decimotercera ciudad en contar con este servicio, detrás de Londres, Atenas, Estambul, Viena, Budapest, Glasgow, París, Boston, Berlín, Nueva York, Filadelfia y Hamburgo. Cada estación tenía una longitud de 100 m y poseía frisos de un color determinado para facilitar su identificación, teniendo en cuenta el alto nivel de analfabetismo que existía en la época. Aún se conserva esa vistosa característica.

Maravillados ambos. El subte es una de las muestras de opulencia de un país que durante algunas décadas, hace muchas, abrazó las ideas de la libertad. Esas ideas que nuestros dos caminantes comprendieron y le dieron forma.

Observando la estación de Subterráneos veo que Alberdi le dice a Hayek: "¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra."
"En efecto, ¿quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza."

La sonrisa comprensiva de Hayek auguraba un recorrido a pie que sería inolvidable para ellos y para el polizón que los observaba.

Caminaron por Avenida de Mayo, con sus edificios de diferentes estilos arquitectónicos reflejo del crisol de razas que poblaron la Argentina. Comprendí que en Buenos Aires, con un golpe de vista podes recorrer no sólo la historia sino también las ideas imperantes en cada período.



Con sólo levantar la vista más de tres metros se puede observar una ciudad opulenta. Donde el progreso privado se traduce en arquitectura agradable y estética. Donde los particulares contrataban los mejores arquitectos y los mejores constructores para competir entre ellos. Una Buenos Aires de cúpulas imponentes y edificios de estilo.

Antes de llegar al Congreso Nacional y la plaza de los dos Congresos se detienen intempestivamente ante la imponencia y la estética del Pasaje Barolo. Avenida de Mayo al 1300 se levanta un edificio bellísimo. Llamó la atención a nuestros visitantes. Como casi todos los edificios del centro porteño fue construido por particulares. Empresarios, productores agropecuarios, profesionales que con obras de arquitectura sellan su pasado en el viejo continente y rindieron honor a ciudad donde se destacaron.



Luis Barolo, poderoso productor agropecuario, llego a la Argentina en 1890. Fué el primero que trajo máquinas para hilar el algodón y se dedicó a la importación de tejidos. Instaló las primeras hilanderías de lana peinada del país e inició los primeros cultivos de algodón en el Chaco.

Barolo pensó el edificio exclusivamente para rentas. Desesperado por conservar las cenizas del famoso Dante Alighieri, quiso construir un edificio inspirado en la obra del poeta, “la divina Comedia”. En 1919 comenzó la edificación del palacio que se convirtió en el más alto de Latinoamérica, y en uno de los más altos del mundo en hormigón armado. Con un total de 24 plantas, 100 metros de altura y 16.630 metros cuadrados resultó ser un fiel exponente de la opulencia de una época soñada. Una usina propia la autoabastecía en energía. En la década del ´20, esto lo convertiría en lo que hoy denominaríamos “edificio inteligente”. De estilo gótico romántico, castillo de arena, o cuasi gótico veneciano la construcción finalizó en 1923. Un récord para la época.

Alberdi y Hayek se detuvieron unos minutos. Observando el Pasaje Barolo. Pero en el fondo estaban pensando lo que puede hacer el hombre sólo con un marco de normas adecuado. El arte es hijo de la libertad. Si no hubiera habido una Constitución que marque las reglas de juego.

Cuando comenzó a construirse el Pasaje Barolo, en 1919, habían pasado 66 años desde la sanción de la Constitución Nacional en 1853. Alberdi tuvo mucho que ver en la sanción de dicha norma. Los constituyentes del 53 fueron instigados por Urquiza, vencedor del tirano Rosas. Tras la batalla de Caseros en 1852 el país se encaminaba a una costosa y dolorosa normalización y modernidad.

Alberdi envió un "escrito rápido de ideas pensadas en reposo". Era lo que luego se conocería como el libro "Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina". Ese libro analizaba todas las constituciones de América y recomendaba emular la Constitución del Estado de California que "sin doctores ni universidades se ha dado una constitución que está llamada a constituir una gran nación".

Sonríen Hayek y Alberdi. El austríaco, reafirmando lo que dice Alberdi, le recuerda que hoy el estado de California individualmente considerado está entre los primeros diez países del mundo en términos de PIB.



El paseo continúa por la imponente plaza del Congreso con el edificio del Congreso Nacional de frente. La Avenida de Mayo une al Poder Ejecutivo con el Poder Legislativo. En cada extremo de dicha avenida está el edificio central de cada uno de estos poderes. La cúpula de 80 metros de altura se impone desde lejos a lo largo de la avenida. Alberdi y Hayek se detienen nuevamente a hablar. Me quedo imperceptiblemente cerca para escuchar sin molestar (a esta altura intuyo que ya se dieron cuenta pero sin molestarse). El rol de la Constitución y las leyes parece ser el tema.

Dice Alberdi "La Constitución sabía que lo que ha existido por tres siglos no puede caer por la obra de un decreto. Muchos años serán necesarios para destruirlo. Se puede derogar en un momento una ley escrita, pero no una costumbre arraigada: un instante es suficiente para derrocar a cañonazos un monumento de siglos, pero toda la pólvora del mundo sería impotente para destruir de golpe una preocupación general hereditaria. Así la costumbre, es decir la ley encarnada, la ley animada por el tiempo, es el único medio de derogar la costumbre. Un siglo de libertad económica, por lo menos, será necesario para destruir del todo nuestros tres siglos de coloniaje monopolista y exclusivo".

En una frase Alberdi señala que la ley es necesaria pero no suficiente y que las instituciones informales son más difíciles de remover que la ley escrita. En este punto la coincidencia con Hayek los sorprende a ambos. Los seguidores tenían razón.

Agrega Hayek, "La vida de los hombres en sociedad, o incluso la de los animales gregarios, se hace posible porque los individuos actúan de acuerdo con ciertas normas. Con el despliegue de la inteligencia, las indicadas normas tienden a desarrollarse y partiendo de inconscientes, llegan a ser declaraciones explícitas y coherentes a la vez que más abstractas y generales. Nuestra familiaridad con las instituciones jurídicas nos impide ver cuán sutil y compleja es la idea de delimitar las esferas individuales mediante reglas abstractas". "Si esta idea hubiese sido fruto deliberado de la mente humana, merecería alinearse entre las más grandes invenciones de los hombres. Ahora bien, el proceso en cuestión es, sin duda alguna, resultado tan poco atribuible a cualquier mente humana como la invención del lenguaje, del dinero o de la mayoría de las prácticas y convenciones en que descansa la vida social"

Frente al "palacio legislativo" nuestros visitantes conversaban sobre el rol de las otras normas, las que no surgen de los congresos.

"Las normas abstractas son instrumentales, son medios puestos a disposición del individuo y proveen parte de la información que, juntamente con el conocimiento personal de las circunstancias particulares de tiempo y lugar, puede utilizar como base para sus decisiones personales"... "Cuando decimos que la ley es instrumental queremos significar que al obedecerla el individuo persigue sus propios fines y no los del legislador".

Veo en el rostro de Alberdi un dejo de admiración. Una sensación de conformidad. Intentando comprender lo que dice Hayek, Alberdi agrega que las normas abstractas improductivas son difíciles de demoler. El hábito producto es una norma abstracta positiva pero el hábito improductivo es un "monumento difícil de demoler".

"A los tiranos se imputa de ordinario la causa de que la libertad escrita en la Constitución no descienda a los hechos. Mucha parte tendrán de ello: pero conviene no olvidar que la peor tiranía e la que reside en nuestros hábitos de opresión económica, robustecidos por tres siglos de existencia; en los errores económicos, que nos vienen por herencia de ocho generaciones consecutivas, sobre todo, en nuestras leyes políticas, administrativas y civiles... Somos la obra de esos antecedentes reales, no de las proclamas escritas en la revolución. Esas costumbres, estas nociones, esas leyes son armas de opresión que todavía existen y que harán renacer la tiranía económica porque han sido hechas justamente para consolidarla sostenerla".

Alberdi hablaba de "hábitos rentísticos y fiscales, de ordinario más fuertes que nuestros principios".
El concepto de "hábito laborioso" y de "hábito rentístico y fiscal" es el concepto más "hayekiano" de Alberdi.

En varios párrafos Alberdi advierte de los "hábitos del legislador, que ha sido colono español" entendiendo que el rol del Congreso es mas "derogatorio del sistema legal español antes que creador de nuevas leyes".

El riesgo de que la "reglamentación" de las leyes se vuelva contra la Constitución lo obnubilaba. Por eso en 1854, un año después de la sanción de la Constitución de 1853 escribió "Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina según su constitución" a los efectos de interpretar y comprender el real alcance de cada artículo y el espíritu de la Carta Magna.

Poco antes de fallecer Alberdi describió los riesgos de alejarse de dicho espíritu: "La omnipotencia de la patria, convertida fatalmente en omnipotencia del Gobierno en que ella se personaliza, es no solamente la negación de la libertad, sino también la negación del progreso social, porque ella suprime la iniciativa privada en la obra de ese progreso." (Alberdi, “La Omnipotencia del estado”)

Nuestros visitantes recorren la ciudad plagada de comercios y empresas. Alternada con edificios públicos con cientos de ordenanzas y decretos para regularlos.

El progreso los obsesiona. Saben que el bienestar de la gente depende que las normas formales e informales garanticen la libertad de los individuos.

"Recordemos a nuestro pueblo que la patria no es el suelo. Tenemos suelo hace tres siglos, y sólo tenemos patria desde 1810. La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización organizados en el suelo nativo, bajo su enseña y en su nombre".
"La libertad no es una mera idea, una linda abstracción, más o menos adorable. Es el hecho más práctico y elemental de la vida humana. Es tan prosaico y necesario como el pan. La libertad es la primera necesidad del hombre, porque consiste en el uso y gobierno de las facultades físicas y morales que ha recibido de la naturaleza para satisfacer las necesidades de su vida civilizada, que es la vida natural del hombre, por excelencia."

En esas calles es asombroso ver la competencia. Resulta difícil comprender a los críticos del mercado cuando dicen que el la libre concurrencia tiende al monopolio. Alcanza con caminar una ciudad como Buenos Aires. En una trasversal a la Avenida Callao, por donde circulan nuestros visitantes, hay decenas de tiendas de instrumentos musicales. Al principio necesariamente hubo una sola, la primera. Sin embargo fue la competencia la que llamó más y más competidores.

Nuestros caminantes destacan las bondades de la competencia, maravillados por la cantidad de comercios competitivos en tan breves pasos.

Dice Hayek: "El liberalismo económico se opone, pues, a que la competencia sea suplantada por métodos inferiores para coordinar esfuerzos individuales. Y considera superior la competencia, no sólo porque en la mayor parte de las circunstancias es el método más eficiente conocido, sino, más aún, porque es el único método que permite a nuestras actividades ajustarse a las de cada uno de los demás sin intervención coercitiva o arbitraria de la autoridad. En realidad, uno de los principales argumentos en favor de la competencia estriba en que ésta evita la necesidad de un ‘control social explícito’ y da a los individuos una oportunidad para decidir si las perspectivas de una ocupación particular son suficientes para compensar las desventajas y los riesgos que lleva consigo…"
"…y es esencial que el acceso a las diferentes actividades esté abierto a todos en los mismos términos y que la ley no tolere ningún intento de individuos o de grupos para restringir este acceso mediante poderes abiertos o disfrazados. Cualquier intento de intervenir los precios o las cantidades de unas mercancías en particular priva a la competencia de su facultad para realizar una efectiva coordinación de los esfuerzos individuales, porque las variaciones de los precios dejan de registrar todas las alteraciones importantes de las circunstancias y no suministran ya una guía eficaz para la acción del individuo" (“Camino de Servidumbre” pag 66)

Alberdi comprende lo que está diciendo. El vivió en tiempos de intervención al comercio y fue un férreo defensor de la libertad comercial.

Comenta el tucumano: "En efecto, los medios ordinarios de estímulo que emplea el sistema llamado protector o proteccionista y que consiste en la prohibición de importar ciertos productos, en los monopolios indefinido concedidos a determinadas fabricaciones y en la imposición de fuertes derechos de aduanas, son vedados de todo punto por la Constitución argentina, como atentatorios de la libertad que ella garantiza a todas las industrias del modo más amplio y leal, como trabas inconstitucionales opuestas a la libertad de los consumos privados y sobre todo, como ruinosas de las mismas fabricaciones nacionales que se trata de hacer nacer y progresar. Semejantes medios de protección son la protección dada a la estupidez y a la pereza, el más torpe de los privilegios" (“Sistema Económico y Rentístico” pag 33).
"Se puede decir que en este ramo toda la obra del legislador y del estadista está reducida a proteger las manufacturas nacionales, menos por la sanción de nuevas leyes, que por la derogación de las que existen" (“Sistema…” pag 33).

De allí por avenida Callao donde es más visible aún la diferencia entre las ciudades de más de tres metros y las marquesinas del subdesarrollo.

Al llegar a la Avenida Quintana ya en pleno barrio de Recoleta Alberdi comento sobre la inmigración. Lo que fue de buenos Aires como receptora de millones de migrantes…



Le escuché decir "es asombroso en 1853 hablábamos que "gobernar era poblar", que la "civilización se transmite en gajo" y cincuenta años después en esta ciudad había mas personas de lengua extranjera que locales" Distintas nacionalidades conviviendo. Vinieron por motivos diferentes pero se quedaron por el mismo motivo. El progreso.

En el primer Censo Nacional de 1869, coetáneo con Alberdi, el país contaba con poco menos de dos millones de habitantes. En 1914 el censo inmediato posterior al centenario de 1910, reflejaba que el 30% de la población del país era de origen extranjero. En Buenos Aires ese porcentaje llegaba al 47% en tanto que en Rosario el 60%.

"Ninguna libertad debe ser más amplia que la libertad de trabajo, por ser la destinada a atraer la población. Las inmigraciones no se componen de capitalistas sino de trabajadores pobres; crear dificultades al trabajo es alejar las poblaciones pobres que vienen buscándolo como medio de subsistencia... Siendo el trabajo libre, la principal fuente de la riqueza, embarazarlo por reglamentos no es otra cosa que contrariar y dañar el progreso de la riqueza en su fuente mas pura y abundante." (Alberdi, Sistema pg 48)

Caminaron en forma zigzagueante como "gambeteando" cuadras. Muy porteños los paseos por las avenidas Callao y luego tomar Santa Fé en dirección al Río.



La Plaza San Martín ofrece un compendio de edificios que constituyen un buen resumen de la Argentina. El Palacio San Martín, sede de la Cancillería fue en sus orígenes el lugar de residencia de una tradicional familia porteña. Fue diseñado para Mercedes Castellanos de Anchorena en 1905 e inaugurado hacia el festejo del centenario en 1910. El Palacio Anchorena fue comprado por el gobierno argentino en 1936 y desde allí se denominó Palacio San Martín sede de la Cancillería.

Frente al Palacio San Martín hay otro palacio que desde 1938 es el Círculo Militar, Biblioteca Militar y Museo Nacional de Armas. Fue propiedad de José C. Paz fundador del diario La Prensa. Este palacio reflejo del estilo Chantilly de la arquitectura francesa de principios del siglo XX tiene la particularidad de haber sido diseñado con el objeto ser la residencia presidencial. José C. Paz tenía el sueño de presidir la Argentina.



A cien metros del Palacio Paz se encuentra el Plaza Hotel un emprendimiento del empresario Ernesto Tornquist con motivo del centenario de la Revolución de Mayo. Un lujoso edificio con 325 habitaciones inaugurado en 1909. El edificio muestra la opulencia de la época y la visión de un empresario privado, como otros tantos, olvidado en la Argentina. En su momento fue considerado como el primer hotel del lujo de Sudamérica con red de agua fría y caliente, ascensores y centrales telefónicas.

Unos metros más en dirección al río se levanta el célebre edificio de departamentos Kavanagh una torre considerada el primer rascacielos de América Latina. Inaugurado el tres de enero de 1936 con 120 metros de altura en hormigón armado fue también el primer edificio de Buenos Aires en contar con aire acondicionado central.



La velocidad de la construcción da cuenta del progreso de una ciudad que aún hoy sorprende. Las obras habían comenzado el 16 de abril de 1934 y la estructura llegó a su altura máxima muy rápidamente, el tres de noviembre de ese mismo año. Su construcción escalonada dio lugar a terrazas jardín. Posee una forma similar a la proa de un barco, y por la orientación del edificio da lugar a la similitud de la misma apuntando hacia el Río de la Plata.

Una historia cuenta que el "origen de dicho edificio" fue una frustrada relación de amor entre un joven Anchorena y una despechada jovencilla llamada Corina Kavanagh. El desamor habría motivado la intención de la familia Kavanagh a construir un edificio de tal tamaño que "tapara la vista que los Anchorena tenían desde el Palacio San Martín hacia la Iglesia del Santísimo Sacramento". Un rascacielos para tapar una vista. Cosas de la Buenos Aires opulenta y progresista.

La Plaza San Martín con sus palacios y edificios históricos muestra una ciudad opulenta, producto de un crecimiento sin precedentes históricos y pocos espejos internacionales.

Argentina sólo cinco décadas antes de la construcción de estos edificios era poco más que un caserío. Sin población, ni capitales ni obras de infraestructura.

La Constitución que Alberdi proyectó en 1852 permitió un país que cincuenta años después emulaba a París e intentaba competir con Estados Unidos.

Alberdi y Hayek en su caminata porteña quedaron absortos. Alberdi al ver el producto de su obra. Hayek por encontrar "en el fin del mundo" una confirmación más del poder de las ideas de la libertad.

Observaron con atención esas esquinas porteñas. También observaron rincones con basura y gente buscando comida en ellas.

Argentina es uno de los pocos países del mundo que pasó de un estadio de desarrollo en busca del subdesarrollo. Con mayor o menor velocidad los países caminan en sentido opuesto.

Ver la pobreza y la desigualdad motivó nuevas reflexiones.

"Un sistema que descansa sobre las fuerzas espontáneas del mercado, una vez alcanzado cierto nivel de riqueza, no es en absoluto incompatible con un gobierno que, al margen del mercado, proporcione ciertas seguridades frente a las carencias más llamativas. Pero el intento de garantizar a todos lo que cada uno considera que merece, imponiendo a la colectividad un sistema de fines comunes concretos hacia los cuales sean dirigidos por la autoridad los esfuerzos individuales, como pretende el socialismo, significa un paso atrás que nos priva de la utilización de los conocimientos y aspiraciones de millones de individuos y que por consiguiente nos niega las ventajas de la civilización libre".

"El hecho importante que muchos se resisten a admitir, a pesar de ser cierto en la mayoría de los casos, es que, mientras que la persecución de las aspiraciones egoístas suele llevar al individuo a contribuir al interés general, las acciones colectivas de los grupos organizados suelen ser casi siempre contrarias al citado interés". (Hayek, op cit. pag 196)

Lo que de hecho conduce a que se condene como antisocial la persecución de los intereses individuales que contribuyen al interés general y a calificar de "social" la prevalencia de aquellos intereses sectoriales que destruyen el orden general, son sentimientos heredados de las formas sociales primitivas.

"La abolición de la pobreza absoluta no se consigue a través del empeño de realizar "la justicia social", que, más bien, es uno de los mayores obstáculos para su eliminación".

"Los intentos de corregir los resultados del mercado según los dictados de la "justicia social" han producido probablemente más injusticias en forma de nuevos privilegios, obstáculos a la movilidad y frustración de esfuerzos, que alivio de los más necesitados" (Hayek, Normas abstractas, op cit pag 197)

Alberdi escuchó con atención… miró la fotografía que ofrecía la ciudad a esa hora. Edificios opulentos del pasado y un presente que no puede resolver cuestiones básicas de pobreza y marginalidad.

Miró a su compañero y dijo. "la libertad considerada por la Constitución en sus efectos y relaciones con la producción económica es principio y manantial de riqueza pública y privada, tanto como condición de bienestar moral. Toda ley, según esto, todo decreto, todo acto, que de algún modo restringe o compromete el principio de libertad es un ataque más o menos serio a la riqueza del ciudadano, al Tesoro del Estado y al progreso material del país. El despotismo y la tiranía, sean del poder, de las leyes o de los reglamentos, aniquilan en su origen al manantial de la riqueza, que es el trabajo libre, son causas de miseria y de escasez para el país y origen de todas las degradaciones que trae consigo la pobreza" (Alberdi, Obras completas T IV p161)

* * * * *

Se estaba haciendo de noche. Nuestros paseantes ya un poco cansados comienzan a caminar en dirección al inicio de la recorrida. Cruzan el centro porteño por el distrito financiero. Al llegar a la calle Reconquista en su intersección con Sarmiento se paran para observar hacia un lado la sede de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y hacia el otro, en diagonal el edificio central del Banco Central de la República Argentina.




Hacen un alto, miran el edificio y la gente que comienza un paso raudo hacia sus hogares.

El centro porteño, en especial el distrito financiero era, hasta la difusión de los medios de comunicación el punto de encuentro de la discusión política y económica.

Hasta los años noventa era muy habitual ver grupos de personas ignotas entre sí discutiendo política frente a las pizarras de las casas de cambio o en la sede de algunos diarios porteños. La Nación y La Prensa por ejemplo tenían la costumbre de publicar titulares en sus vidrieras. Frente a ellas la tradición de discutir.

La puerta del Banco Central sobre la calle Reconquista 265 era un lugar típico de reunión para estos auténticos "foros de transeúntes".

Alberdi y Hayek se detuvieron frente al Banco Central. Los observé desde prudente distancia para estar presente no sólo en la conversación sino también en un momento histórico. Nadie los reconoció pero no fueron pocas las personas que se detuvieron como atento auditorio.

Frente a ellos la puerta de la autoridad monetaria, fundada en 1935 con el principal objetivo de preservar el valor de la moneda. Cualquier argentino nacido en 1935 hoy (en 2014) sería un anciano de 79 años. Dicho señor o señora, lejos de vivir en un país custodiado por una autoridad monetaria que cumpla el objetivo de mantener el valor de la moneda, vio que al momento de cumplir sus 34 años el peso moneda nacional era reemplazo por otra denominación ("Pesos ley 18188") con dos ceros menos.

Lo mismo sucedió cuando cumplió 48 años (en 1983), cuando cumplió 50 (en 1985) y cuando cumplió 57 (en 1992).

La moneda argentina con la cual nació perdió dos ceros en 1969, cuando el "peso Ley 18.188" reemplazó al "peso moneda nacional". Perdió cuatro ceros en 1983 cuando "el peso argentino" reemplazó al peso ley 18.188. Perdió otros tres ceros en 1985 con la sanción del "Austral" y perdió los últimos cuatro ceros en 1992 cuando se instituyó el actual "peso". En total, perdió trece ceros.

Desde 1935 hasta la actualidad la inflación fue el común denominador de todas las décadas en la Argentina. Salvo algunos años de la convertibilidad, la palabra inflación estuvo siempre en las portadas de los diarios y en la matriz de comportamiento de todos los agentes económicos.

Diecisiete años consecutivos con tasas anuales superiores al 100% (1973-1990), dos hiperinflaciones, incontables megadevaluaciones, y una interminable rotación de planes fallidos y ministros salientes.

El BCRA no cumplió su cometido. Actualmente, tras la última reforma de su carta orgánica "mantener el valor de la moneda" ni siquiera está entre sus objetivos.

Alberdi y Hayek tras mirar con detenimiento la "geografía del microcentro" comienzan a hablar…

Dice Alberdi, casi en tono de queja, "Respecto a la manera de emplear el crédito público por la emisión de papel moneda… La Confederación tiene la ventaja inapreciable de no poder ejercer, aunque quiera, ese terrible medio de arruinar la libertad política, la moralidad de la industria y la hacienda del Estado.
Es una ventaja positiva para las rentas de la Confederación la impotencia en que se halla de hacer admitir como valor efectivo un papel, sin más valor ni garantía que el producto de las contribuciones tan inciertas como la estabilidad del orden, y que jamás alcanzaría para amortizar una deuda que se agranda por su misma facilidad de dilatación, y que ensanchándose da al gobierno el hábito de una dilapidación para que no bastarán todas las rentas del mundo.
Mientras el gobierno tenga el poder de fabricar moneda con simples tiras de papel que nada prometen, ni obligan a reembolso alguno, el "poder omnímodo" vivirá inalterable como gusano roedor en el corazón de la Constitución misma." (Alberdi, Sistema Económico y Rentístico p 377 y p 197)

Al escucharlo sin saber de quién se trataba, varios transeúntes hacen la clásica ronda. Escuchan con atención. Para mi sorpresa, ningún "ministro de economía" improvisado emite opinión. Un halo de acuerdo y aceptación parece envolver la conversación. Había dos tipos de personas en esa reunión. Dos mayores que estudiaron y previeron y una veintena de personas de a pie que sufrieron años y décadas de inflación, impuesto inflacionario y sueños frustrados.

Tras un silencio no pautado, Hayek acota como dando una solución definitiva al tema: "Mi propuesta concreta… consiste en que los países se comprometan mediante un tratado formal a no obstaculizar en manera alguna el libre comercio dentro de sus territorios de las monedas de cada país (incluidas las monedas de oro) o el libre ejercicio, por instituciones legalmente establecidas en cualquiera de los aludidos territorios, de la actividad bancaria sin trabas.
Tal supuesto conduciría en primer término a la supresión de todo tipo de control de cambios y de regulación del movimiento de dinero en estos países y también a la plena libertad de utilizar cualquiera de esas monedas tanto en la contratación como en la contabilidad. Aún más, significaría la oportunidad para cualquier banco radicado en tales países de abrir sucursales en cualquier otro en iguales condiciones que los ya existentes."
"La finalidad de este esquema es imponer a las agencias monetarias y financieras existentes una disciplina necesaria desde hace mucho al objeto de impedir a cualquiera de ellas y durante no importa qué período de tiempo la emisión de un tipo de dinero sustancialmente menos seguro y útil que el de cualquier otra de las aludidas agencias. Tan pronto el público se familiariza con las nuevas posibilidades, toda desviación de la línea de suministrar buen dinero conduciría rápidamente al desplazamiento de la moneda de peor calidad por otras. Los países se verían obligados a mantener estable el valor de las monedas".

Otro silencio. Rarísimo en Argentina donde es muy poco frecuente que una reflexión llame a silencio. Como si la charla hubiera terminado, nuestros visitantes continuaron su pausada marcha.

Los transeúntes se dispersaron. Algunos con sorpresa, otros con resignación. Alcancé a escuchar a una persona mayor junto a probablemente su nieto decir, "qué extraño, es la primera vez que escucho frente al Banco Central, la palabra "solución". Su nieto lo miró y rieron. Tras lo cual, compraron el clásico paquete de garrapiñadas calientes al vendedor de la esquina. Pagaron 5 pesos argentinos, o lo que es lo mismo, 50.000 australes, o 50.000.000 pesos argentinos ó 500.000.000.000 pesos ley 18188 ó 50.000.000.000.000 pesos moneda nacional. La moneda con la cual el abuelo en cuestión compró su primer paquete de garrapiñadas calientes.



Trescientos metros hacia el sur llegan nuevamente a la Plaza de Mayo. El epicentro de la política argentina. Una plaza donde cada gobierno tuvo su manifestación a favor y en contra. No son pocos los argentinos los que fueron a todas.

Un chiste dice que no se sabe si los argentinos son locos por el cambiante clima o el clima es cambiante porque los argentinos somos locos.

En un extremo de la Plaza de Mayo hay una baldosa muy particular. Es un punto, inexplicablemente no señalado por las oficinas de turismo, desde donde se puede observar la sede de los tres poderes. Hacia el este, cruzando la plaza, la Casa Rosada sede del Poder Ejecutivo. Con sólo girar el cuerpo hacia el oeste uno puede ver al final de la Avenida de Mayo el Congreso de la Nación, sede del Poder Legislativo. Y girando un poco y agudizando la vista hacia el noroeste al final de la coqueta avenida Diagonal Norte se observa la sede del Palacio de Justicia, sede del Poder Judicial.

La división de poderes mediante la república y el federalismo que Alberdi plasmó en su proyecto de Constitución que finalmente fue adoptada fue el último tema donde nuestros visitantes cambiaron opiniones.

"Libertad es poder, fuerza, capacidad de hacer o no hacer lo que nuestra voluntad desea. Como la fuerza y el poder humano residen en la capacidad inteligente y moral del hombre más que en su capacidad material o animal, no hay más medio de extender y propagar la libertad, que generalizar y extender las condiciones de la libertad, que son la educación, la industria, la riqueza, la capacidad, en fin, en que consiste la fuerza que se llama libertad. La espada es impotente para el cultivo de esas condiciones, y el soldado es tan propio para formar la libertad como lo es el moralista para fundir cañones." (Alberdi, “Bases…”)

Dos horas de caminata para recorrer la historia de una gran ciudad. Que supo progresar sin ser sajona. Que intentó, o creyó hacerlo, competir con las grandes urbes de su tiempo.
Que generó siete millones de migrantes netos. En un país que sólo tenía uno. El 10% de la población que huyó de Europa durante cinco décadas vino a la Argentina. El progreso llama.

Alberdi y Hayek caminaron Buenos Aires. Sus seguidores sabían que dicho encuentro se iba a dar. Ellos seguramente no.

Ya con poco hablar caminaron en silencio, observando, como cae la noche.

Antes de despedirse, Alberdi agradece la visita y la caminata. En el último abrazo le regala una reflexión final: "Decir que hay tierras que producen algodón, seda, caña de azúcar, etc., es como decir que la máquina de vapor produce movimientos, el molino produce harina, el telar produce lienzo, etc.
No es la máquina la que produce sino el maquinista. La máquina es el instrumento de que se sirve el hombre para producir; y la tierra es una máquina como el arado mismo en manos del hombre, único productor.
El hombre produce en proporción, no de la fertilidad del suelo que le sirve de instrumento, sino en proporción de la resistencia que el suelo le ofrece para que él produzca.
El suelo pobre produce al hombre rico, porque la pobreza del suelo estimula el trabajo del hombre al que más tarde debe éste su riqueza.
El suelo que produce sin trabajo, sólo fomenta hombres que no saben trabajar. No mueren de hambre, pero jamás son ricos. Son parásitos del suelo y viven como las plantas, la vida de las plantas naturalmente, no la vida digna del ente humano, que es el creador y hacedor de su propia riqueza.
La riqueza natural y espontánea de ciertos territorios es un escollo de que deben preservarse los pueblos inteligentes que los habitan. Todo pueblo que come de la limosna del suelo, será un pueblo de mendigos toda su vida. Que el pródigo o benefactor sea el suelo o el hombre, el mendigo es el mismo.
La tierra es la madre, el hombre es el padre de la riqueza. En la maternidad de la riqueza no hay generación espontánea. No hay producción de riqueza si la tierra no es fecundada por el hombre. Trabajar es fecundar.
El trabajo es la vida, es el goce, es la felicidad del hombre. No es su castigo. Si es verdad que el hombre nace para vivir del sudor de su frente, no es menos cierto que el sudor se hizo para la salud del hombre; que sudar es gozar, y que el trabajo es un goce más bien que un sufrimiento. Trabajar es crear, producir, multiplicarse en las obras de su hechura: nada puede haber más plácido y lisonjero para una naturaleza elevada".

Se saludaron con cordialidad y afecto. Como si esas dos horas hubieran sido el corolario de una tradición de pensamiento de muchas décadas. Cada uno marchó por su lado a paso sereno con una sonrisa dibujada en la cara. Se saludaron como gladiadores de un ideario. Posiblemente no vuelva a verlos. El último adiós fue en la puerta del bar donde dio origen la caminata.

Adentro, en la misma mesa continuaba la misma discusión. Por lo menos ya habían concluido que el "loco Houseman" fue uno de los mejores "wines" de la Argentina y que el gringo Larroza no se puede comparar al Panza Videla.

Pedí un café queriendo internalizar cada palabra que había escuchado. Miré al cielo por la ventana del bar "esa institución dentro de la institución", y dije gracias.

Mientras esté vivo el ideario de la libertad las esperanzas están intactas.

Comentarios