Nuestro querido Gustavo
“Lacha” Lazzari juntó dos personajes muy importantes para el liberalismo de
todos los tiempos y de todos los rincones de la tierra, en un excelente ensayo/ficción
que le valiera en 2014 el prestigioso premio “Caminos de libertad”. Juan Bautista #Alberdi, a quien estamos
homenajeando en esta nueva versión de aquel querido #LiberalDelMes, se une a Friedrich Von Hayek en un paseo por el
Buenos Aires de todos los tiempos. Espero que les guste…
Alberdi y Hayek caminan Buenos Aires
"Por Cristian Gomito Gomez"
(Gustavo Lazzari)
Una reunión
cancelada sumada a mi poco habitual puntualidad generaron la combinación exacta
para sentarme en un bar de Buenos Aires.
El Café Tortoni
fundado en 1858 es un ícono de la ciudad ubicado en pleno corazón de la clásica
Avenida de Mayo. Allí históricamente se reunían intelectuales, políticos,
poetas, bohemios. Cita obligada de los turistas que visitan Buenos Aires.
Mobiliario antiguo, de una época gloriosa de la ciudad.
En un salón
donde diariamente se escucha tango, poesía, conferencias. Un subsuelo dedicado
a espectáculos de música, especialmente jazz y un espacio para la histórica
biblioteca del Lunfardo. El lunfardo es una jerga originada y desarrollada en
Bueno Aires a principios del siglo XX. Llamada también "el dialecto de los
ladrones" era también utilizada por personas de mala vida a los efectos de
diferenciarse y ocultarse de los ciudadanos y las fuerzas policiales.
Cada vez que ingreso
a un bar de Buenos Aires recuerdo un artículo de la revista Todo es Historia
que rezaba que “La ventana de un bar es una institución adentro de otra
institución” y daba cuenta de todo lo que se piensa, observa y reflexiona desde
la ventana de un bar.
Un día de sol
agradable. Esos días fríos y soleados donde la atmósfera parece más
transparente ideal para no sumarse al ritmo vertiginoso de una ciudad.
Dentro del café,
clientes ocasionales y una mesa con parroquianos que, por lo distendido de la
discusión, estimo bastante habituales.
La mesa de
parroquianos me resultaba atractiva. Inevitable escuchar una discusión
interminable sobre fútbol, como en todos y cada uno de los bares de Buenos
Aires, a cualquier hora.
Esta vez, el
debate era entre el Huracán del 73 y el Argentinos Juniors del “piojo Yudica” en
1985, esas discusiones que, tengo la sensación, solo pueden dividir a los
argentinos. Rica e interminable discusión. Cada argumento cada relato contaba
con detalles casi televisivos. De alguna manera las imágenes se reflejaban en
una suerte de pantalla. Los parroquianos conocían y revivían cada jugada y cada
gol que conformaba la conversación.
Mientras las
anécdotas y razonamientos se cruzaban ingresa al bar una cara extrañamente
conocida. En esos momentos el cerebro busca imágenes como un buscador de
computadora. Las fotos se suceden hasta identificar el nombre exacto. Cerré
fuertemente los ojos como hidratándolos porque no podía creer lo que estaba
viendo. Se sentó cerca mío, traje oscuro, sobretodo negro, bastón y mirada
relajada. No tenía apuro, pero la ansiedad le brotaba por los ojos.
Con movimientos
lentos guiaba sus ojos hacia la puerta y hacia otras mesas que indiferentes lo
ignoraban.
Evidentemente
esperaba a una persona. Con cierto desconcierto comencé a prestarle atención
tratando de ningunear la futbolera discusión de la mesa de atrás.
A los cinco
minutos exactos ingresa por la puerta otra cara muy conocida. Traje gris, los
mismos movimientos pausados, hombre mayor, delgado, pero pasos firmes.
Difícil de
creer, más difícil de contar. Miré a los costados porque no era real. Detrás
mío la misma discusión como si nada hubiera cambiado.
La mesa de
parroquianos hizo silencio solo cuando uno de ellos monopolizó el discurso
describiendo los movimientos del “panza Videla” y el “bichi” Borghi en la final
2-2 contra la Juventus en Tokio. Los mozos miraban la nada como si ya hubieran
encontrado algo.
Otro cliente
miraba la borra del café y otros mas conversaban casi sin mirarse, celular de por
medio.
Todo normal.
¿Ninguno ve lo que estoy viendo? Miré al mozo como buscando una curiosidad
cómplice. Y nada.
Me froté la cara
y volví a mirar a los recién llegados, que luego de estrecharse las manos se
sentaron. Evidentemente venían de lugares distintos pero todo indica que
acordaron encontrarse en este bar, a esta hora. Estaban un poco cansados, dos
hombres mayores, con saludable aspecto y trajes de época.
Volví la vista
hacia la mesa de parroquianos. Y la discusión seguía, ahora comentando las
corridas del “pucho Castro” y los cañonazos de “Ereros”. Me convencí que salvo
que los recientemente llegados hubieran jugado al menos en el fútbol de ascenso
nada iba a distraer la atención de aquella mesa.
Se les acercó un
mozo y sacudió las pocas migas con los clásicos latigazos hechos con la
servilleta. Porteña modalidad de higienizar las mesas.
Evidentemente o
se trataba de una alucinación mía, o eran dos personas medianamente parecidas a
dos próceres de la libertad.
El señor de
traje más oscuro, un poco mayor, tenía canas, anteojos y esa sonrisa que dan
los años intensamente vividos.
El otro, de
traje más claro parecía más familiar, como si viviera en Buenos Aires o en éste
país. Pero me llamaba poderosamente la atención la curiosidad que brotaba de
los ojos de ambos.
Evidentemente no
eran lugareños y por algún motivo decidieron encontrarse allí. Justamente en
una mesa muy cercana a la mía.
Le pregunto a un
mozo si los conoce. Los hombros hacia arriba y una extraña mueca bucal, revela
que mi pregunta fue al menos desubicada.
Acerco mi
mirada, toda mi concentración y no puedo creer lo que estaba viendo. Miro
alrededor como queriendo compartir mi sorpresa.
Alberdi y Hayek
se habían encontrado.
De alguna manera
coordinaron ese encuentro y allí estaban. Se debían una charla.
Durante décadas
seguidores de ambos hablamos de las extrañas coincidencias de vuestros
pensamientos y aportes.
El abrazo
inicial, el fuerte apretón de manos, las miradas brillosas de uno hacia el otro
señalaba que con mucho placer estaban saldando una cuenta.
En vida no se
conocieron. Juan Bautista Alberdi nació en San Miguel de Tucumán el 29 de agosto
de 1810. Fue abogado, jurista, economista, político, escritor, músico y autor intelectual
de la Constitución Nacional. Me atrevo a decir, la mentalidad más lúcida de la historia
argentina. Falleció en Francia el 19 de junio de 1884.
Friedrich August
von Hayek nació en Viena, Austria el 8 de mayo de 1899, fue filósofo, jurista,
y economista de la Escuela Austríaca. Recibió el premio Nobel de Economía en 1974
y falleció el 23 de marzo de 1992 en Alemania.
Alberdi falleció
antes que naciera Hayek. Tampoco hay registros que Hayek haya leído a Alberdi.
Pero por razones
que desconozco ahí estaban. Nuevamente me froté los ojos. El celular me sirvió
para cancelar mi reunión. Las circunstancias habían cambiado y los planes también.
Rompí programas
y me olvidé del decoro. Los seguí lo más cerca que pude cual espía de la
historia. No podía perder lo que no podía creer. Pagaron la cuenta y al paso
lento de los dos protagonistas comenzamos la marcha.
El áurea me
atraía. Me senté lo mas cerca posible y comencé a escuchar con cierto disimulo
la conversación que evidentemente habían acordado en forma previa.
Tras unos minutos
comenzaron a caminar. Buenos Aires es una ciudad que claramente prueba de lo
que sus ideas pueden hacer y de lo que pueden deshacer sus detractores.
Rápidamente
bajaron por las escaleras de la estación Perú del subte A. La intención era observar
la primera línea de Metro de América Latina. Hoy Recorre desde la Plaza de Mayo
hasta la estación de Nazca en el barrio de Flores. El centro geográfico de la
ciudad. Pero durante muchas décadas mantuvo su recorrido original hasta Primera
Junta.
El 15 de septiembre
de 1911 comenzó la construcción de la Línea Anglo Argentina, a cargo de la
contratista Philipp Holzmann & Cía. La construcción de esta línea implicó
la contratación de 1.500 obreros y la utilización de 31 millones de ladrillos,
13.000 toneladas de hierro y 90 mil metros cuadrados de capa aisladora. En 1939
fue denominada Línea A, como se la conoce actualmente.
El tramo Plaza
de Mayo-Plaza Miserere del subterráneo fue inaugurado el primero de septiembre
de 1913. Se convertía en la primera línea de Subte de Latinoamérica y la primera
del hemisferio sur. Buenos Aires se convertía así en la decimotercera ciudad en
contar con este servicio, detrás de Londres, Atenas, Estambul, Viena, Budapest,
Glasgow, París, Boston, Berlín, Nueva York, Filadelfia y Hamburgo. Cada
estación tenía una longitud de 100 m y poseía frisos de un color determinado
para facilitar su identificación, teniendo en cuenta el alto nivel de
analfabetismo que existía en la época. Aún se conserva esa vistosa
característica.
Maravillados ambos.
El subte es una de las muestras de opulencia de un país que durante algunas
décadas, hace muchas, abrazó las ideas de la libertad. Esas ideas que nuestros
dos caminantes comprendieron y le dieron forma.
Observando la
estación de Subterráneos veo que Alberdi le dice a Hayek: "¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y
crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra."
"En
efecto, ¿quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta
la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción,
pero no es obra suya la creación de la riqueza."
La sonrisa
comprensiva de Hayek auguraba un recorrido a pie que sería inolvidable para ellos
y para el polizón que los observaba.
Caminaron por Avenida
de Mayo, con sus edificios de diferentes estilos arquitectónicos reflejo del
crisol de razas que poblaron la Argentina. Comprendí que en Buenos Aires, con
un golpe de vista podes recorrer no sólo la historia sino también las ideas
imperantes en cada período.
Con sólo
levantar la vista más de tres metros se puede observar una ciudad opulenta. Donde
el progreso privado se traduce en arquitectura agradable y estética. Donde los particulares
contrataban los mejores arquitectos y los mejores constructores para competir entre
ellos. Una Buenos Aires de cúpulas imponentes y edificios de estilo.
Antes de llegar
al Congreso Nacional y la plaza de los dos Congresos se detienen intempestivamente
ante la imponencia y la estética del Pasaje Barolo. Avenida de Mayo al 1300 se
levanta un edificio bellísimo. Llamó la atención a nuestros visitantes. Como
casi todos los edificios del centro porteño fue construido por particulares.
Empresarios, productores agropecuarios, profesionales que con obras de
arquitectura sellan su pasado en el viejo continente y rindieron honor a ciudad
donde se destacaron.
Luis Barolo,
poderoso productor agropecuario, llego a la Argentina en 1890. Fué el primero
que trajo máquinas para hilar el algodón y se dedicó a la importación de tejidos.
Instaló las primeras hilanderías de lana peinada del país e inició los primeros
cultivos de algodón en el Chaco.
Barolo pensó el
edificio exclusivamente para rentas. Desesperado por conservar las cenizas del
famoso Dante Alighieri, quiso construir un edificio inspirado en la obra del poeta,
“la divina Comedia”. En 1919 comenzó la edificación del palacio que se
convirtió en el más alto de Latinoamérica, y en uno de los más altos del mundo
en hormigón armado. Con un total de 24 plantas, 100 metros de altura y 16.630
metros cuadrados resultó ser un fiel exponente de la opulencia de una época
soñada. Una usina propia la autoabastecía en energía. En la década del ´20,
esto lo convertiría en lo que hoy denominaríamos “edificio inteligente”. De
estilo gótico romántico, castillo de arena, o cuasi gótico veneciano la
construcción finalizó en 1923. Un récord para la época.
Alberdi y Hayek
se detuvieron unos minutos. Observando el Pasaje Barolo. Pero en el fondo
estaban pensando lo que puede hacer el hombre sólo con un marco de normas adecuado.
El arte es hijo de la libertad. Si no hubiera habido una Constitución que
marque las reglas de juego.
Cuando comenzó a
construirse el Pasaje Barolo, en 1919, habían pasado 66 años desde la sanción
de la Constitución Nacional en 1853. Alberdi tuvo mucho que ver en la sanción de
dicha norma. Los constituyentes del 53 fueron instigados por Urquiza, vencedor
del tirano Rosas. Tras la batalla de Caseros en 1852 el país se encaminaba a
una costosa y dolorosa normalización y modernidad.
Alberdi envió un
"escrito rápido de ideas pensadas en
reposo". Era lo que luego se conocería como el libro "Bases y Puntos de Partida para la
Organización Política de la República Argentina". Ese libro analizaba
todas las constituciones de América y recomendaba emular la Constitución del
Estado de California que "sin doctores ni universidades se ha dado una
constitución que está llamada a constituir una gran nación".
Sonríen Hayek y
Alberdi. El austríaco, reafirmando lo que dice Alberdi, le recuerda que hoy el
estado de California individualmente considerado está entre los primeros diez países
del mundo en términos de PIB.
El paseo
continúa por la imponente plaza del Congreso con el edificio del Congreso Nacional
de frente. La Avenida de Mayo une al Poder Ejecutivo con el Poder Legislativo. En
cada extremo de dicha avenida está el edificio central de cada uno de estos
poderes. La cúpula de 80 metros de altura se impone desde lejos a lo largo de
la avenida. Alberdi y Hayek se detienen nuevamente a hablar. Me quedo
imperceptiblemente cerca para escuchar sin molestar (a esta altura intuyo que
ya se dieron cuenta pero sin molestarse). El rol de la Constitución y las leyes
parece ser el tema.
Dice Alberdi "La Constitución sabía que lo que ha
existido por tres siglos no puede caer por la obra de un decreto. Muchos años
serán necesarios para destruirlo. Se puede derogar en un momento una ley
escrita, pero no una costumbre arraigada: un instante es suficiente para
derrocar a cañonazos un monumento de siglos, pero toda la pólvora del mundo
sería impotente para destruir de golpe una preocupación general hereditaria.
Así la costumbre, es decir la ley encarnada, la ley animada por el tiempo, es
el único medio de derogar la costumbre. Un siglo de libertad económica, por lo
menos, será necesario para destruir del todo nuestros tres siglos de coloniaje
monopolista y exclusivo".
En una frase
Alberdi señala que la ley es necesaria pero no suficiente y que las instituciones
informales son más difíciles de remover que la ley escrita. En este punto la
coincidencia con Hayek los sorprende a ambos. Los seguidores tenían razón.
Agrega Hayek, "La vida de los hombres en sociedad,
o incluso la de los animales gregarios, se hace posible porque los individuos
actúan de acuerdo con ciertas normas. Con el despliegue de la inteligencia, las
indicadas normas tienden a desarrollarse y partiendo de inconscientes, llegan a
ser declaraciones explícitas y coherentes a la vez que más abstractas y
generales. Nuestra familiaridad con las instituciones jurídicas nos impide ver
cuán sutil y compleja es la idea de delimitar las esferas individuales mediante
reglas abstractas". "Si esta idea hubiese sido fruto deliberado de la
mente humana, merecería alinearse entre las más grandes invenciones de los
hombres. Ahora bien, el proceso en cuestión es, sin duda alguna, resultado tan
poco atribuible a cualquier mente humana como la invención del lenguaje, del
dinero o de la mayoría de las prácticas y convenciones en que descansa la vida
social"
Frente al
"palacio legislativo" nuestros visitantes conversaban sobre el rol de
las otras normas, las que no surgen de los congresos.
"Las
normas abstractas son instrumentales, son medios puestos a disposición del individuo
y proveen parte de la información que, juntamente con el conocimiento personal
de las circunstancias particulares de tiempo y lugar, puede utilizar como base
para sus decisiones personales"... "Cuando decimos que la ley es instrumental
queremos significar que al obedecerla el individuo persigue sus propios fines y
no los del legislador".
Veo en el rostro
de Alberdi un dejo de admiración. Una sensación de conformidad. Intentando
comprender lo que dice Hayek, Alberdi agrega que las normas abstractas improductivas
son difíciles de demoler. El hábito producto es una norma abstracta positiva pero
el hábito improductivo es un "monumento difícil de demoler".
"A
los tiranos se imputa de ordinario la causa de que la libertad escrita en la Constitución
no descienda a los hechos. Mucha parte tendrán de ello: pero conviene no
olvidar que la peor tiranía e la que reside en nuestros hábitos de opresión
económica, robustecidos por tres siglos de existencia; en los errores económicos,
que nos vienen por herencia de ocho generaciones consecutivas, sobre todo, en
nuestras leyes políticas, administrativas y civiles... Somos la obra de esos
antecedentes reales, no de las proclamas escritas en la revolución. Esas costumbres,
estas nociones, esas leyes son armas de opresión que todavía existen y que
harán renacer la tiranía económica porque han sido hechas justamente para consolidarla
sostenerla".
Alberdi hablaba
de "hábitos rentísticos y fiscales,
de ordinario más fuertes que nuestros principios".
El concepto de "hábito laborioso" y de "hábito rentístico y fiscal" es
el concepto más "hayekiano" de Alberdi.
En varios
párrafos Alberdi advierte de los "hábitos del legislador, que ha sido
colono español" entendiendo que el rol del Congreso es mas
"derogatorio del sistema legal español antes que creador de nuevas
leyes".
El riesgo de que
la "reglamentación" de las leyes se vuelva contra la Constitución lo obnubilaba.
Por eso en 1854, un año después de la sanción de la Constitución de 1853 escribió
"Sistema Económico y Rentístico de
la Confederación Argentina según su constitución" a los efectos de
interpretar y comprender el real alcance de cada artículo y el espíritu de la
Carta Magna.
Poco antes de
fallecer Alberdi describió los riesgos de alejarse de dicho espíritu: "La omnipotencia de la patria,
convertida fatalmente en omnipotencia del Gobierno en que ella se personaliza,
es no solamente la negación de la libertad, sino también la negación del
progreso social, porque ella suprime la iniciativa privada en la obra de ese
progreso." (Alberdi, “La
Omnipotencia del estado”)
Nuestros
visitantes recorren la ciudad plagada de comercios y empresas. Alternada con edificios
públicos con cientos de ordenanzas y decretos para regularlos.
El progreso los
obsesiona. Saben que el bienestar de la gente depende que las normas formales e
informales garanticen la libertad de los individuos.
"Recordemos
a nuestro pueblo que la patria no es el suelo. Tenemos suelo hace tres siglos,
y sólo tenemos patria desde 1810. La patria es la libertad, es el orden, la riqueza,
la civilización organizados en el suelo nativo, bajo su enseña y en su
nombre".
"La
libertad no es una mera idea, una linda abstracción, más o menos adorable. Es el
hecho más práctico y elemental de la vida humana. Es tan prosaico y necesario como
el pan. La libertad es la primera necesidad del hombre, porque consiste en el uso
y gobierno de las facultades físicas y morales que ha recibido de la naturaleza
para satisfacer las necesidades de su vida civilizada, que es la vida natural
del hombre, por excelencia."
En esas calles
es asombroso ver la competencia. Resulta difícil comprender a los críticos del
mercado cuando dicen que el la libre concurrencia tiende al monopolio. Alcanza
con caminar una ciudad como Buenos Aires. En una trasversal a la Avenida
Callao, por donde circulan nuestros visitantes, hay decenas de tiendas de
instrumentos musicales. Al principio necesariamente hubo una sola, la primera.
Sin embargo fue la competencia la que llamó más y más competidores.
Nuestros
caminantes destacan las bondades de la competencia, maravillados por la cantidad
de comercios competitivos en tan breves pasos.
Dice Hayek: "El liberalismo económico se opone,
pues, a que la competencia sea suplantada por métodos inferiores para coordinar
esfuerzos individuales. Y considera superior la competencia, no sólo porque en
la mayor parte de las circunstancias es el método más eficiente conocido, sino,
más aún, porque es el único método que permite a nuestras actividades ajustarse
a las de cada uno de los demás sin intervención coercitiva o arbitraria de la
autoridad. En realidad, uno de los principales argumentos en favor de la
competencia estriba en que ésta evita la necesidad de un ‘control social
explícito’ y da a los individuos una oportunidad para decidir si las perspectivas
de una ocupación particular son suficientes para compensar las desventajas y
los riesgos que lleva consigo…"
"…y
es esencial que el acceso a las diferentes actividades esté abierto a todos en
los mismos términos y que la ley no tolere ningún intento de individuos o de
grupos para restringir este acceso mediante poderes abiertos o disfrazados.
Cualquier intento de intervenir los precios o las cantidades de unas mercancías
en particular priva a la competencia de su facultad para realizar una efectiva
coordinación de los esfuerzos individuales, porque las variaciones de los
precios dejan de registrar todas las alteraciones importantes de las
circunstancias y no suministran ya una guía eficaz para la acción del
individuo"
(“Camino de Servidumbre” pag 66)
Alberdi comprende
lo que está diciendo. El vivió en tiempos de intervención al comercio y fue un
férreo defensor de la libertad comercial.
Comenta el
tucumano: "En efecto, los medios
ordinarios de estímulo que emplea el sistema llamado protector o proteccionista
y que consiste en la prohibición de importar ciertos productos, en los
monopolios indefinido concedidos a determinadas fabricaciones y en la
imposición de fuertes derechos de aduanas, son vedados de todo punto por la
Constitución argentina, como atentatorios de la libertad que ella garantiza a
todas las industrias del modo más amplio y leal, como trabas inconstitucionales
opuestas a la libertad de los consumos privados y sobre todo, como ruinosas de
las mismas fabricaciones nacionales que se trata de hacer nacer y progresar.
Semejantes medios de protección son la protección dada a la estupidez y a la
pereza, el más torpe de los privilegios" (“Sistema Económico y Rentístico”
pag 33).
"Se
puede decir que en este ramo toda la obra del legislador y del estadista está reducida
a proteger las manufacturas nacionales, menos por la sanción de nuevas leyes,
que por la derogación de las que existen" (“Sistema…” pag 33).
De allí por
avenida Callao donde es más visible aún la diferencia entre las ciudades de más
de tres metros y las marquesinas del subdesarrollo.
Al llegar a la
Avenida Quintana ya en pleno barrio de Recoleta Alberdi comento sobre la inmigración.
Lo que fue de buenos Aires como receptora de millones de migrantes…
Le escuché decir
"es asombroso en 1853 hablábamos que "gobernar era poblar", que
la "civilización se transmite en gajo" y cincuenta años después en
esta ciudad había mas personas de lengua extranjera que locales" Distintas
nacionalidades conviviendo. Vinieron por motivos diferentes pero se quedaron
por el mismo motivo. El progreso.
En el primer
Censo Nacional de 1869, coetáneo con Alberdi, el país contaba con poco menos de
dos millones de habitantes. En 1914 el censo inmediato posterior al centenario de
1910, reflejaba que el 30% de la población del país era de origen extranjero.
En Buenos Aires ese porcentaje llegaba al 47% en tanto que en Rosario el 60%.
"Ninguna
libertad debe ser más amplia que la libertad de trabajo, por ser la destinada a
atraer la población. Las inmigraciones no se componen de capitalistas sino de
trabajadores pobres; crear dificultades al trabajo es alejar las poblaciones pobres
que vienen buscándolo como medio de subsistencia... Siendo el trabajo libre, la
principal fuente de la riqueza, embarazarlo por reglamentos no es otra cosa que
contrariar y dañar el progreso de la riqueza en su fuente mas pura y abundante." (Alberdi, Sistema pg 48)
Caminaron en
forma zigzagueante como "gambeteando" cuadras. Muy porteños los paseos
por las avenidas Callao y luego tomar Santa Fé en dirección al Río.
La Plaza San
Martín ofrece un compendio de edificios que constituyen un buen resumen de la
Argentina. El Palacio San Martín, sede de la Cancillería fue en sus orígenes el
lugar de residencia de una tradicional familia porteña. Fue diseñado para
Mercedes Castellanos de Anchorena en 1905 e inaugurado hacia el festejo del
centenario en 1910. El Palacio Anchorena fue comprado por el gobierno argentino
en 1936 y desde allí se denominó Palacio San Martín sede de la Cancillería.
Frente al Palacio
San Martín hay otro palacio que desde 1938 es el Círculo Militar, Biblioteca
Militar y Museo Nacional de Armas. Fue propiedad de José C. Paz fundador del
diario La Prensa. Este palacio reflejo del estilo Chantilly de la arquitectura
francesa de principios del siglo XX tiene la particularidad de haber sido
diseñado con el objeto ser la residencia presidencial. José C. Paz tenía el
sueño de presidir la Argentina.
A cien metros
del Palacio Paz se encuentra el Plaza Hotel un emprendimiento del empresario
Ernesto Tornquist con motivo del centenario de la Revolución de Mayo. Un lujoso
edificio con 325 habitaciones inaugurado en 1909. El edificio muestra la
opulencia de la época y la visión de un empresario privado, como otros tantos,
olvidado en la Argentina. En su momento fue considerado como el primer hotel
del lujo de Sudamérica con red de agua fría y caliente, ascensores y centrales
telefónicas.
Unos metros más
en dirección al río se levanta el célebre edificio de departamentos Kavanagh
una torre considerada el primer rascacielos de América Latina. Inaugurado el tres
de enero de 1936 con 120 metros de altura en hormigón armado fue también el primer
edificio de Buenos Aires en contar con aire acondicionado central.
La velocidad de
la construcción da cuenta del progreso de una ciudad que aún hoy sorprende. Las
obras habían comenzado el 16 de abril de 1934 y la estructura llegó a su altura
máxima muy rápidamente, el tres de noviembre de ese mismo año. Su construcción escalonada
dio lugar a terrazas jardín. Posee una forma similar a la proa de un barco, y por
la orientación del edificio da lugar a la similitud de la misma apuntando hacia
el Río de la Plata.
Una historia
cuenta que el "origen de dicho edificio" fue una frustrada relación
de amor entre un joven Anchorena y una despechada jovencilla llamada Corina
Kavanagh. El desamor habría motivado la intención de la familia Kavanagh a
construir un edificio de tal tamaño que "tapara la vista que los Anchorena
tenían desde el Palacio San Martín hacia la Iglesia del Santísimo
Sacramento". Un rascacielos para tapar una vista. Cosas de la Buenos Aires
opulenta y progresista.
La Plaza San
Martín con sus palacios y edificios históricos muestra una ciudad opulenta, producto
de un crecimiento sin precedentes históricos y pocos espejos internacionales.
Argentina sólo
cinco décadas antes de la construcción de estos edificios era poco más que un
caserío. Sin población, ni capitales ni obras de infraestructura.
La Constitución
que Alberdi proyectó en 1852 permitió un país que cincuenta años después
emulaba a París e intentaba competir con Estados Unidos.
Alberdi y Hayek
en su caminata porteña quedaron absortos. Alberdi al ver el producto de su
obra. Hayek por encontrar "en el fin del mundo" una confirmación más
del poder de las ideas de la libertad.
Observaron con
atención esas esquinas porteñas. También observaron rincones con basura y gente
buscando comida en ellas.
Argentina es uno
de los pocos países del mundo que pasó de un estadio de desarrollo en busca del
subdesarrollo. Con mayor o menor velocidad los países caminan en sentido opuesto.
Ver la pobreza y
la desigualdad motivó nuevas reflexiones.
"Un
sistema que descansa sobre las fuerzas espontáneas del mercado, una vez alcanzado
cierto nivel de riqueza, no es en absoluto incompatible con un gobierno que, al
margen del mercado, proporcione ciertas seguridades frente a las carencias más
llamativas. Pero el intento de garantizar a todos lo que cada uno considera que
merece, imponiendo a la colectividad un sistema de fines comunes concretos hacia
los cuales sean dirigidos por la autoridad los esfuerzos individuales, como pretende
el socialismo, significa un paso atrás que nos priva de la utilización de los conocimientos
y aspiraciones de millones de individuos y que por consiguiente nos niega las
ventajas de la civilización libre".
"El
hecho importante que muchos se resisten a admitir, a pesar de ser cierto en la mayoría
de los casos, es que, mientras que la persecución de las aspiraciones egoístas suele
llevar al individuo a contribuir al interés general, las acciones colectivas de
los grupos organizados suelen ser casi siempre contrarias al citado interés". (Hayek, op cit. pag 196)
Lo que de hecho
conduce a que se condene como antisocial la persecución de los intereses
individuales que contribuyen al interés general y a calificar de
"social" la prevalencia de aquellos intereses sectoriales que
destruyen el orden general, son sentimientos heredados de las formas sociales
primitivas.
"La
abolición de la pobreza absoluta no se consigue a través del empeño de realizar
"la justicia social", que, más bien, es uno de los mayores obstáculos
para su eliminación".
"Los
intentos de corregir los resultados del mercado según los dictados de la "justicia
social" han producido probablemente más injusticias en forma de nuevos privilegios,
obstáculos a la movilidad y frustración de esfuerzos, que alivio de los más
necesitados"
(Hayek, Normas abstractas, op cit pag 197)
Alberdi escuchó
con atención… miró la fotografía que ofrecía la ciudad a esa hora. Edificios
opulentos del pasado y un presente que no puede resolver cuestiones básicas de
pobreza y marginalidad.
Miró a su
compañero y dijo. "la libertad
considerada por la Constitución en sus efectos y relaciones con la producción
económica es principio y manantial de riqueza pública y privada, tanto como
condición de bienestar moral. Toda ley, según esto, todo decreto, todo acto,
que de algún modo restringe o compromete el principio de libertad es un ataque
más o menos serio a la riqueza del ciudadano, al Tesoro del Estado y al
progreso material del país. El despotismo y la tiranía, sean del poder, de las
leyes o de los reglamentos, aniquilan en su origen al manantial de la riqueza,
que es el trabajo libre, son causas de miseria y de escasez para el país y origen
de todas las degradaciones que trae consigo la pobreza" (Alberdi,
Obras completas T IV p161)
* * * * *
Se estaba
haciendo de noche. Nuestros paseantes ya un poco cansados comienzan a caminar
en dirección al inicio de la recorrida. Cruzan el centro porteño por el
distrito financiero. Al llegar a la calle Reconquista en su intersección con
Sarmiento se paran para observar hacia un lado la sede de la Bolsa de Comercio
de Buenos Aires y hacia el otro, en diagonal el edificio central del Banco
Central de la República Argentina.
Hacen un alto,
miran el edificio y la gente que comienza un paso raudo hacia sus hogares.
El centro
porteño, en especial el distrito financiero era, hasta la difusión de los
medios de comunicación el punto de encuentro de la discusión política y
económica.
Hasta los años
noventa era muy habitual ver grupos de personas ignotas entre sí discutiendo
política frente a las pizarras de las casas de cambio o en la sede de algunos diarios
porteños. La Nación y La Prensa por ejemplo tenían la costumbre de publicar titulares
en sus vidrieras. Frente a ellas la tradición de discutir.
La puerta del
Banco Central sobre la calle Reconquista 265 era un lugar típico de reunión para
estos auténticos "foros de transeúntes".
Alberdi y Hayek
se detuvieron frente al Banco Central. Los observé desde prudente distancia
para estar presente no sólo en la conversación sino también en un momento histórico.
Nadie los reconoció pero no fueron pocas las personas que se detuvieron como atento
auditorio.
Frente a ellos
la puerta de la autoridad monetaria, fundada en 1935 con el principal objetivo
de preservar el valor de la moneda. Cualquier argentino nacido en 1935 hoy (en 2014)
sería un anciano de 79 años. Dicho señor o señora, lejos de vivir en un país custodiado
por una autoridad monetaria que cumpla el objetivo de mantener el valor de la moneda,
vio que al momento de cumplir sus 34 años el peso moneda nacional era reemplazo
por otra denominación ("Pesos ley 18188") con dos ceros menos.
Lo mismo sucedió
cuando cumplió 48 años (en 1983), cuando cumplió 50 (en 1985) y cuando cumplió
57 (en 1992).
La moneda
argentina con la cual nació perdió dos ceros en 1969, cuando el "peso Ley 18.188"
reemplazó al "peso moneda nacional". Perdió cuatro ceros en 1983
cuando "el peso argentino" reemplazó al peso ley 18.188. Perdió otros
tres ceros en 1985 con la sanción del "Austral" y perdió los últimos
cuatro ceros en 1992 cuando se instituyó el actual "peso". En total,
perdió trece ceros.
Desde 1935 hasta
la actualidad la inflación fue el común denominador de todas las décadas en la
Argentina. Salvo algunos años de la convertibilidad, la palabra inflación estuvo
siempre en las portadas de los diarios y en la matriz de comportamiento de
todos los agentes económicos.
Diecisiete años
consecutivos con tasas anuales superiores al 100% (1973-1990), dos hiperinflaciones,
incontables megadevaluaciones, y una interminable rotación de planes fallidos y
ministros salientes.
El BCRA no
cumplió su cometido. Actualmente, tras la última reforma de su carta orgánica "mantener
el valor de la moneda" ni siquiera está entre sus objetivos.
Alberdi y Hayek
tras mirar con detenimiento la "geografía del microcentro" comienzan
a hablar…
Dice Alberdi,
casi en tono de queja, "Respecto a
la manera de emplear el crédito público por la emisión de papel moneda… La
Confederación tiene la ventaja inapreciable de no poder ejercer, aunque quiera,
ese terrible medio de arruinar la libertad política, la moralidad de la
industria y la hacienda del Estado.
Es
una ventaja positiva para las rentas de la Confederación la impotencia en que
se halla de hacer admitir como valor efectivo un papel, sin más valor ni
garantía que el producto de las contribuciones tan inciertas como la
estabilidad del orden, y que jamás alcanzaría para amortizar una deuda que se
agranda por su misma facilidad de dilatación, y que ensanchándose da al
gobierno el hábito de una dilapidación para que no bastarán todas las rentas
del mundo.
Mientras
el gobierno tenga el poder de fabricar moneda con simples tiras de papel que
nada prometen, ni obligan a reembolso alguno, el "poder omnímodo"
vivirá inalterable como gusano roedor en el corazón de la Constitución
misma."
(Alberdi, Sistema Económico y Rentístico p 377 y p 197)
Al escucharlo
sin saber de quién se trataba, varios transeúntes hacen la clásica ronda. Escuchan
con atención. Para mi sorpresa, ningún "ministro de economía"
improvisado emite opinión. Un halo de acuerdo y aceptación parece envolver la conversación.
Había dos tipos de personas en esa reunión. Dos mayores que estudiaron y
previeron y una veintena de personas de a pie que sufrieron años y décadas de
inflación, impuesto inflacionario y sueños frustrados.
Tras un silencio
no pautado, Hayek acota como dando una solución definitiva al tema: "Mi propuesta concreta… consiste en que
los países se comprometan mediante un tratado formal a no obstaculizar en
manera alguna el libre comercio dentro de sus territorios de las monedas de
cada país (incluidas las monedas de oro) o el libre ejercicio, por
instituciones legalmente establecidas en cualquiera de los aludidos territorios,
de la actividad bancaria sin trabas.
Tal
supuesto conduciría en primer término a la supresión de todo tipo de control de
cambios y de regulación del movimiento de dinero en estos países y también a la
plena libertad de utilizar cualquiera de esas monedas tanto en la contratación
como en la contabilidad. Aún más, significaría la oportunidad para cualquier
banco radicado en tales países de abrir sucursales en cualquier otro en iguales
condiciones que los ya existentes."
"La
finalidad de este esquema es imponer a las agencias monetarias y financieras existentes
una disciplina necesaria desde hace mucho al objeto de impedir a cualquiera de
ellas y durante no importa qué período de tiempo la emisión de un tipo de
dinero sustancialmente menos seguro y útil que el de cualquier otra de las aludidas
agencias. Tan pronto el público se familiariza con las nuevas posibilidades,
toda desviación de la línea de suministrar buen dinero conduciría rápidamente
al desplazamiento de la moneda de peor calidad por otras. Los países se verían
obligados a mantener estable el valor de las monedas".
Otro silencio.
Rarísimo en Argentina donde es muy poco frecuente que una reflexión llame a
silencio. Como si la charla hubiera terminado, nuestros visitantes continuaron
su pausada marcha.
Los transeúntes
se dispersaron. Algunos con sorpresa, otros con resignación. Alcancé a escuchar
a una persona mayor junto a probablemente su nieto decir, "qué extraño, es
la primera vez que escucho frente al Banco Central, la palabra
"solución". Su nieto lo miró y rieron. Tras lo cual, compraron el
clásico paquete de garrapiñadas calientes al vendedor de la esquina. Pagaron 5
pesos argentinos, o lo que es lo mismo, 50.000 australes, o 50.000.000 pesos
argentinos ó 500.000.000.000 pesos ley 18188 ó 50.000.000.000.000 pesos moneda
nacional. La moneda con la cual el abuelo en cuestión compró su primer paquete
de garrapiñadas calientes.
Trescientos
metros hacia el sur llegan nuevamente a la Plaza de Mayo. El epicentro de la política
argentina. Una plaza donde cada gobierno tuvo su manifestación a favor y en contra.
No son pocos los argentinos los que fueron a todas.
Un chiste dice
que no se sabe si los argentinos son locos por el cambiante clima o el clima es
cambiante porque los argentinos somos locos.
En un extremo de
la Plaza de Mayo hay una baldosa muy particular. Es un punto, inexplicablemente
no señalado por las oficinas de turismo, desde donde se puede observar la sede
de los tres poderes. Hacia el este, cruzando la plaza, la Casa Rosada sede del
Poder Ejecutivo. Con sólo girar el cuerpo hacia el oeste uno puede ver al final
de la Avenida de Mayo el Congreso de la Nación, sede del Poder Legislativo. Y
girando un poco y agudizando la vista hacia el noroeste al final de la coqueta
avenida Diagonal Norte se observa la sede del Palacio de Justicia, sede del
Poder Judicial.
La división de
poderes mediante la república y el federalismo que Alberdi plasmó en su proyecto
de Constitución que finalmente fue adoptada fue el último tema donde nuestros visitantes
cambiaron opiniones.
"Libertad
es poder, fuerza, capacidad de hacer o no hacer lo que nuestra voluntad desea.
Como la fuerza y el poder humano residen en la capacidad inteligente y moral
del hombre más que en su capacidad material o animal, no hay más medio de extender
y propagar la libertad, que generalizar y extender las condiciones de la libertad,
que son la educación, la industria, la riqueza, la capacidad, en fin, en que consiste
la fuerza que se llama libertad. La espada es impotente para el cultivo de esas
condiciones, y el soldado es tan propio para formar la libertad como lo es el moralista
para fundir cañones."
(Alberdi, “Bases…”)
Dos horas de
caminata para recorrer la historia de una gran ciudad. Que supo progresar sin
ser sajona. Que intentó, o creyó hacerlo, competir con las grandes urbes de su
tiempo.
Que generó siete
millones de migrantes netos. En un país que sólo tenía uno. El 10% de la
población que huyó de Europa durante cinco décadas vino a la Argentina. El
progreso llama.
Alberdi y Hayek
caminaron Buenos Aires. Sus seguidores sabían que dicho encuentro se iba a dar.
Ellos seguramente no.
Ya con poco
hablar caminaron en silencio, observando, como cae la noche.
Antes de
despedirse, Alberdi agradece la visita y la caminata. En el último abrazo le regala
una reflexión final: "Decir que hay
tierras que producen algodón, seda, caña de azúcar, etc., es como decir que la
máquina de vapor produce movimientos, el molino produce harina, el telar
produce lienzo, etc.
No
es la máquina la que produce sino el maquinista. La máquina es el instrumento
de que se sirve el hombre para producir; y la tierra es una máquina como el
arado mismo en manos del hombre, único productor.
El
hombre produce en proporción, no de la fertilidad del suelo que le sirve de
instrumento, sino en proporción de la resistencia que el suelo le ofrece para
que él produzca.
El
suelo pobre produce al hombre rico, porque la pobreza del suelo estimula el
trabajo del hombre al que más tarde debe éste su riqueza.
El
suelo que produce sin trabajo, sólo fomenta hombres que no saben trabajar. No
mueren de hambre, pero jamás son ricos. Son parásitos del suelo y viven como
las plantas, la vida de las plantas naturalmente, no la vida digna del ente
humano, que es el creador y hacedor de su propia riqueza.
La
riqueza natural y espontánea de ciertos territorios es un escollo de que deben
preservarse los pueblos inteligentes que los habitan. Todo pueblo que come de
la limosna del suelo, será un pueblo de mendigos toda su vida. Que el pródigo o
benefactor sea el suelo o el hombre, el mendigo es el mismo.
La
tierra es la madre, el hombre es el padre de la riqueza. En la maternidad de la
riqueza no hay generación espontánea. No hay producción de riqueza si la tierra
no es fecundada por el hombre. Trabajar es fecundar.
El
trabajo es la vida, es el goce, es la felicidad del hombre. No es su castigo.
Si es verdad que el hombre nace para vivir del sudor de su frente, no es menos
cierto que el sudor se hizo para la salud del hombre; que sudar es gozar, y que
el trabajo es un goce más bien que un sufrimiento. Trabajar es crear, producir,
multiplicarse en las obras de su hechura: nada puede haber más plácido y
lisonjero para una naturaleza elevada".
Se saludaron con
cordialidad y afecto. Como si esas dos horas hubieran sido el corolario de una
tradición de pensamiento de muchas décadas. Cada uno marchó por su lado a paso
sereno con una sonrisa dibujada en la cara. Se saludaron como gladiadores de un
ideario. Posiblemente no vuelva a verlos. El último adiós fue en la puerta del
bar donde dio origen la caminata.
Adentro, en la
misma mesa continuaba la misma discusión. Por lo menos ya habían concluido que
el "loco Houseman" fue uno de los mejores "wines" de la
Argentina y que el gringo Larroza no se puede comparar al Panza Videla.
Pedí un café
queriendo internalizar cada palabra que había escuchado. Miré al cielo por la ventana
del bar "esa institución dentro de la institución", y dije gracias.
Mientras esté
vivo el ideario de la libertad las esperanzas están intactas.
Comentarios
Publicar un comentario