La sociedad ha sido engañada, y continúa siendo engañada. Confundida en las causas y consecuencias de los actos y medidas que llevan a cabo los líderes. Las ideas que antaño dieron el puntapié inicial para el camino ascendente son vistas como causa de los males.
Argentina
no está al borde del abismo, como se suele decir cuando se avecinan tiempos
complicados para sus habitantes. Es la misma gente, que hace muchos años, se colocó al
borde de un profundo abismo, parándose en una cima muy alta, y al momento de
decidir si seguir escalando o caer rodando por el despeñadero hasta el fondo,
eligió caer hasta lo más profundo, ignorando que estaba tomando esa decisión,
desconociendo, negando y hasta despotricando contra los pasos que lo subieron
hasta aquella cima en la que se encontraba.
A
principios del Siglo XX, Argentina se encontraba en una posición social,
cultural y económica tal, que era la envidia de todo el planeta. El mundo
entero tenía dos utopías de paz, prosperidad y desarrollo, hechas realidad,
funcionando a toda máquina –tal como las locomotoras que surcaban por metálicos
rieles por todas sus geografías–. “La Gran Nación del Norte” y “la Gran Nación
del Sur”. Estados Unidos y Argentina representaban los dos “sueños americanos”
que soñaban alcanzar los emprendedores y los desgraciados de todo el mundo.
Pero
fue por aquellos tiempos que a la “gran nación del sur” llegaron ideas que iban
en contra de aquel camino ascendente que llevó al conjunto de la sociedad a la
cima que pronto, por ignorancia, abandonó.
Esas
malas ideas se colaron en la cultura, en la academia y en la política, y desde
esos rincones del quehacer de la sociedad, desparramó sus falacias y anti-conceptos
al resto de los individuos que seguían hincando sus rodillas en el barro para
forjar los cimientos de un país poderoso, sin descanso, sin tregua, buscando y
anhelando el progreso… seguir progresando. Y al estar ocupados en sus
individuales realidades –como debería ser siempre– no vieron el cambio que en
esas esferas de pensamiento estaba sucediendo y obviamente tampoco pudieron
prever el final de la Argentina libre y próspera que ellos mismos habían
forjado… hincados en el barro.
No
me gustaría señalar una ideología o filosofía como causante de la debacle, no
soy quien para juzgar a nadie y además en nuestra tierra lo que se apoderó de
la razón de los que “pensaban el país” fue un menjunje de esas ideas, como una
auténtica “salsa criolla” que mezclaba pizcas de ingredientes tales como el
conservadurismo, el clericalismo, el socialismo, fascismo y hasta los
mismísimos comunismo y nazismo.
Evidentemente,
el grueso de la población, esa gente emprendedora, esforzada, creativa, comerciante
y un montón de virtudes más, ignoraba que se estaba armando un sistema que
destruiría todo lo que ellos mismos estaban construyendo. Un sistema dirigido
por individuos que vivirían del sacrificio de esa gente generadora de riqueza.
Para
sumarse a esa natural y entendible ignorancia, apareció la “Educación” como
principal arma de destrucción social, la cual fue utilizada como vehículo para
esas ideas “anti-libertad”. Se inculcó en los individuos, ahora denominados
“pueblo”, valores y costumbres desconocidos, respeto, obediencia y sumisión a
ideales fingidos o exagerados. Un nacionalismo absurdo y ridículo se apoderó de
la mente y el corazón del “pueblo”. El odio, el desprecio, la envidia y el
ataque al éxito, a la riqueza, a la belleza, al progreso, al mundo sin
fronteras, etc., guiaron a partir de entonces a cada ciudadano.
Absurdas
metas como “vivir con lo nuestro” hicieron que a pesar de que el espíritu
emprendedor y trabajador de los habitantes del territorio denominado Argentina,
seguía labrando la tierra, construyendo, descubriendo y comerciando; dichos
habitantes refunfuñaran en contra de todo lo alcanzado y comenzaran a delegar
funciones a carismáticos líderes políticos, ya sea que estos vistieran de
elegantes trajes con galeras, guantes y bastones, o uniformes imponentes acompañados
de marchas motivadoras.
Tanto
se atacó a una supuesta oligarquía reinante –que puede que haya existido, en
otro momento lo analizaremos, confirmaremos o negaremos– que al final se formó
una nueva y más poderosa oligarquía intocable, imperecedera.
Se
forjaron enormes héroes y villanos, que saltaban de roles (de héroes a villanos
y viceversa) según el rincón ideológico desde el cual el divulgador provenía.
Y
cómo si se tratara del pueblo judío, “el argentino” desde aquellos días hasta
hoy continúa en busca de un mesías omnipotente y salvador.
Al
final de cuentas, lo único conseguido fue un ser imaginario, llamado estado,
infestado de aprovechadores, saqueadores y embusteros… herederos de la
oligarquía aquella de galeras y jinetas, de leyes y fusiles. Un ser imaginario
que fue quitándole de a poco a la sociedad, aquellas cosas que tan bien hacía.
Así fue como la beneficencia, la atención de la salud, la educación, el orden
espontáneo de la producción y el comercio, pasaron de las manos de sus
auténticos dueños a las “porosas manos” de los nuevos oligarcas ejecutivos,
ministeriales, congresales y judiciales.
Los
héroes y villanos se levantaban y caían, surgían nuevos, volvían antiguos y
todo seguía rumbo al mismo lugar: el abismo.
Hoy las personas –en
otro tiempo individuos– están atrapadas en colectivos llenos de odios, rencores
y con la venganza como meta social y política.
Las mafias ubicadas en aguantaderos o en directorios de empresas, son el sostén
de muchos “líderes”, los cuales, de solucionarse realmente los problemas,
perderían la fuente de ingresos que esos problemas y las comisiones,
secretarías, ministerios dedicados a ellos, les genera. Los partidos políticos
en lugar de ser manantiales de ideas y propuestas, son solo un paso previo al
puesto en la administración pública, como una especie de preparatoria antes del
salto a las ligas mayores del saqueo y la estafa. Los antiguos contrapesos del
poder, aquellas instituciones sociales que aglutinaban por distintos motivos y
metas a las personas, como los clubes, los gremios, las religiones, etc., hoy
son solo perritos falderos del poderoso de turno o del aspirante (con mejores
chances) a poderoso. Y un sinfín más de cosas que no valen la pena enumerar,
pero que todos conocemos.
¿Y
todo esto por qué?
La sociedad ha sido
engañada, y continúa siendo engañada. Confundida en las causas y consecuencias
de los actos y medidas que llevan a cabo los líderes. Las ideas que antaño
dieron el puntapié inicial para el camino ascendente son vistas como causa de
los males. La realidad pasada y la actual es tergiversada
–en el mejor de los casos– o directamente ocultada: Que la libertad no
funciona, que la libertad es solo para los ricos, que la pobreza es por culpa
de la riqueza, que la inflación la generan los comerciantes, que lo de
extranjero trae desgracias a lo nuestro, mitos… mitos… y más mitos.
Entonces,
esta sociedad engañada, aplaudió y celebró que en un momento se cerraran
fronteras, que se clausuraran comercios, que se controlaran precios y salarios.
Se enarbolaron banderitas y cánticos patrióticos cuando se asesinó y
desapareció gente, cuando se le declaró la guerra a una potencia bélica, se
santificó a terroristas, se vivaron discursos populistas y engañosos como ese
que decía “con la democracia se come, se cura y se educa”, se celebraron
defaults, confiscaciones, expropiaciones. Se festejaron alianzas
internacionales con inútiles criminales y se disfrutaron los enfrentamientos
con necesarios y potenciales socios.
Y
el desfile de héroes y villanos sigue, la espera por el mesías no se acaba. Y a
pesar de que la historia, la más antigua y la más reciente, son prueba cabal de
que aquellas “malas ideas” no sirven, se sigue creyendo que es por culpa de uno
o dos corruptos… que el que vendrá lo hará mejor. Y nadie cae en cuenta de que
el problema es el sistema basado en esas malas ideas.
Los
defensores de la libertad, que somos pocos, pero que hasta no hace mucho
tiempo, éramos mucho menos que pocos, tenemos la responsabilidad autoimpuesta
de traer luz a la oscuridad que se cierne inquebrantable sobre nuestra
sociedad. No digo que seamos los iluminados que traemos la solución a las
tragedias todas que soportamos, tampoco que seamos esos mesías tan ansiados por
los confundidos individuos colectivizados. Nuestra primera misión es al menos
despertar la duda, la discusión, el debate, esa cosquilla en el intelecto
dormido que provoca la necesidad de averiguar los porqués. Hacer sonar esa otra
campana, por tantos años callada, silenciada.
El avance del mal en
este país solo se pudo dar porque las personas ignoraban todo y al estar
convencidas de esas leyendas épicas y mágicas, de los héroes y villanos inventados,
permitieron todo, delegaron todo… perdieron todo.
Entonces, no queda otro camino que despertar del letargo a esas personas,
hacerlas dudar, razonar, investigar. Solo con una sociedad convencida del valor
de la individualidad y de la libertad –de la propia y de la ajena– puede
desandar el camino descendente del despeñadero por el cual viene cayendo hace
tanto tiempo.
No
hay un culpable reciente ni antiguo del empujón al abismo, fueron las mismas
personas quienes se pararon sobre un suelo inestable las que permitieron que
los embusteros y saqueadores las derribaran y luego se vistieran de salvadores.
Salvación que nunca llegó, salvación que nunca llegará. Salvación que solo
vendrá de la mente ignorante de los individuos, cuando sus mentes despierten y
dejen de ignorar.
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