El hombre actúa buscando satisfacer sus propias necesidades y deseos. En ese proceso de acción descubre que interactuar con otros seres humanos le resulta beneficioso. Es por esa razón que desde el comienzo de nuestra especie, incluso en especies previas a la nuestra, la idea de juntarse entre varios individuos tuvo un gran éxito.
Con el paso del tiempo y la conquista de mejores formas de vida, las sociedades humanas fueron tomando fuerza, de manera que, juntas, salieron a la conquista del planeta y aún más allá del mismo, poniendo las estrellas como destino.
A pesar de la complejidad de las
sociedades a lo largo de la historia, esas sociedades siguen siendo lo que
siempre fueron: conjuntos de individuos que buscan satisfacer sus propias necesidades.
LOS BIENES (1)
Cuando el hombre actúa, busca
satisfacer sus necesidades y deseos. Para ello requiere de ciertos bienes;
herramientas que él considera necesarias para realizar las tareas que ese
proceso implica.
Por ejemplo: si un hombre tiene hambre
(impulso) y sabe que comiendo (necesidad) lo saciará, encontrará en un pedazo
de pan un bien útil para tal propósito. Entonces, da comienzo la acción de
hacerse del pan y comerlo. De este modo, la necesidad original habrá sido
satisfecha.
El pan es, en consecuencia, un bien
para ese individuo. Pero solo para ese individuo, en ese preciso instante,
porque inmediatamente después de comer, cuando ya no siente hambre, el otro
pedazo de pan que quedó en la bolsa, deja de ser un bien.
Podríamos pensar en que dicho individuo
sabe que dentro de un determinado lapso, volverá a sentir hambre, por lo tanto
volverá a considerar al pan un bien, pero a futuro; por esa razón decidirá
guardarlo y no desecharlo.
Puede ser que el individuo sea celíaco,
y sepa que la ingesta de pan le traerá complicaciones a su salud. Por lo tanto,
el pan hecho a base de harina de trigo, no es, ni remotamente, un bien para ese
individuo.
Luego de analizar estas sencillas
situaciones de ejemplo, podemos llegar a la conclusión de que las cosas no son
bienes por sí mismas. Las cosas tienen ciertas características que los
individuos distinguen y por lo tanto las convierten en un “bien”. Es decir, el carácter de “bien” de algo, solo está en
la mente racional del individuo.
Para cuatro personas distintas: “el
hambriento”, “el que ya comió”, “el previsor” y “el celíaco”, un pedazo de pan
puede o no, ser un bien: dependerá de lo que cada uno de ellos considere, y del
momento en el que se encuentre. En una sociedad compuesta por esos cuatro
personajes, el pan jamás podrá ser un bien común.
Un bien sólo puede ser común si todos
los individuos integrantes de una sociedad coinciden en que dicho bien
satisface necesidades. Aunque eso solo puede ser una fortuita coincidencia.
Podemos pensar que el aire es un bien
común para todos los seres humanos, y sabemos, objetivamente, que el aire es
necesario para mantenernos con vida. ¿Pero qué pasa si una persona decide
acabar con su vida? ¿No deja, automáticamente, de preocuparle si dentro de un
rato se acaba el aire?
LA SALUD COMO BIEN INDIVIDUAL
En este tiempo de virus, pandemia y
cuarentenas, está en boca de todos, un bien muy requerido: la salud. Y estamos
tentados en pensar en que la salud es uno de esos raros bienes comunes. Y
quizás lo sea, pensándolo objetivamente. Pero si nos volvemos a centrar en el
estudio del individuo, vamos a caer en cuenta de que esa supuesta objetividad
se ve destrozada por la subjetividad de cada uno.
Para un atleta, el concepto de salud
engloba no solo el cuidado de no pescarse un virus por ahí, sino que también
considera a la actividad física como una fuente de esa buena salud que él,
particularmente, desea alcanzar y mantener. Impedirle realizar sus
entrenamientos en nombre del “bien común: salud”, es negarle parte de su salud.
Es como quitarle medio pedazo de pan al hambriento u obligar al celíaco a comer
pan de trigo.
La salud mental es parte importantísima
de ese conjunto llamado salud, y no son pocos a los que el encierro les causa
un desequilibrio mental que terminará afectando su condición a corto o largo
plazo. Y si nos ponemos a pensar en las cuantiosas consecuencias –todas malas–
que las decisiones gubernamentales de confinamiento provocaron, y seguirán
provocando por mucho tiempo (quiebres, pérdidas, desempleo, paranoia,
disolución del tejido social, etc.), nos daremos cuenta de que la salud general
de las personas se verá seriamente dañada, llegando incluso a proliferar los
casos de suicidio, como ejemplo máximo de desequilibrio mental y anímico.
Las incontables enfermedades y
dolencias que los seres humanos padecemos, también son desatendidas al centrar
nuestros esfuerzos en tratar de imponer un objetivo común como el de acabar con
un virus. Un virus, uno de tantos.
Ya sea por causas ajenas al enfermo o
por propias decisiones (influidas por el contexto), un enfermo de cáncer, por
ejemplo, quizá no se esté atendiendo debidamente, interrumpiendo así el
tratamiento que llevaba, y que podría salvarle la vida o al menos extendérsela
un poco más. Pero al contrario, esta situación de impedimento, lo que en
definitiva logra, es un deterioro de su salud y una aceleración, generalmente
indetenible, del desgraciado desenlace final.
En definitiva, haber decretado que
“salud” es un “bien común”, pensando en una y solo una enfermedad, ha sido una
decisión de una crueldad mayúscula por parte de la mayoría de los gobiernos del
mundo.
De nuevo, si pensamos a la salud como un “objeto” que tiene cierta característica
que lo hace “deseable” para todos los seres humanos, podríamos cometer el
gravísimo error de etiquetarlo como “bien común” y tomar entonces decisiones
erradas para proteger y/o proveer dicho bien a toda la sociedad. Al atleta
no le importa arriesgarse a enfrentar el virus en cuestión, con tal de poder
realizar su necesaria actividad física. Al enfermo de cáncer, le preocupa más
el hecho de no poder seguir el tratamiento de quimioterapia que la posibilidad,
remota o no, de pescarse el famoso virus. Al padre, que desde hace seis meses
el darle de comer a sus hijos se volvió un serio problema, enfrentarse a un
virus, a cien virus o a todos los monstruos habidos y por haber, no le preocupa
en lo más mínimo a la hora de salir a buscar el pan que sus hijos necesitan.
En conclusión: la atención de la salud,
como todo, es un bien individual. Solo
las necesidades y la razón de cada individuo, son capaces de determinar en qué
momento y lugar el bien “salud” es más importante que otros bienes.
El bien común es primero
individual, nunca al revés.
Hay muchas cosas para hablar sobre la
coyuntura, sobre el desastre económico y sanitario que estamos viviendo. Pero
quiero que volvamos a las ideas; a lo profundo.
Los gobernantes basan su discurso en la
idea de que ellos tienen la misión de garantizar el bien común a la sociedad.
Ya sea por ideología y convicciones o por pura demagogia, los políticos establecen
una serie de “bienes” que deben ser provistos a la población, ya que los mismos
son etiquetados como “comunes”. Pero olvidan, ignoran, o dejan de lado la
realidad. La sociedad no es un ente con necesidades que pueden ser descubiertas
y atendidas, porque la sociedad no es un ente real, es una abstracción.
La sociedad es un conjunto de
individuos, todos distintos entre sí, con una cantidad infinita de estímulos
que generan necesidades, que a su vez disparan una incontable cantidad de
razonamientos para resolverlas, lo que provoca una infinidad de posibles
decisiones y finalmente una aún más inmensa cantidad de acciones.
¿Cómo puede una sola persona o un grupo
de “sabios” sentados alrededor de una mesa de reuniones conocer ese “multiverso”
de variables? Es imposible que esos sabios conozcan los infinitos estímulos que
pueden existir tanto en el ámbito donde vive y actúa cada individuo, como
dentro del mismo organismo de la persona. Es imposible que sepan cómo cada
individuo reacciona ante el estímulo y las necesidades que eventualmente le
surjan. Es imposible para los sabios meterse en la mente de cada individuo y comprender
el razonamiento que cada uno de ellos lleva adelante para solucionar sus
propias necesidades. Y obviamente, en una progresión exponencial, saber la
cantidad de decisiones y acciones que podrían efectuar los individuos.
No existe en el mundo el ser humano
capaz de semejante conocimiento, y el que diga que lo sabe ¡miente! Ya sea por
ignorante o por puro mentiroso.
Y llegado el caso de que existiera
semejante ser, capaz de contener en su mente toda esa información, hay otro
inconveniente: no puede verse el futuro. No sabría si la persona con
necesidades actuará de una manera o de otra o, directamente, no actuará.
Y si lo supiera, si pudiera ver en el
futuro, los ateos deberíamos rever nuestras ideas, ya que ese ser, sin dudas… ¡sería
un Dios!
Es entonces que en esa “fatal
arrogancia”, el político gobernante establece arbitrariamente que determinado
bien, es un bien común. Al mismo tiempo establece que debe ser proveído para
todas las personas o para el grupo de personas que lo necesitan. Y aún más
arbitrariamente, establece el método de financiamiento que se utilizará para
poder proveer dichos bienes comunes.
¿Y cuál es ese método? Uno solo:
confiscar las riquezas de la misma población a la que dice querer “ayudar”.
El estado no genera riquezas; entonces,
para mantener su estructura y financiar sus “misiones benefactoras”, debe
conseguir los recursos y lo hace extrayendo por medio de los impuestos y otras
tributaciones y cargas, la riqueza que la gente produce. Y no es que solo se le
quitan recursos a los ciudadanos mejor posicionados económicamente (cosa que
también es injusta), sino que toda la población, absolutamente toda paga,
directa o indirectamente, impuestos. La emisión monetaria desmedida, que genera
inflación y la toma de deuda externa, son otras fuentes de financiamiento que
utiliza el estado, pero que, a la corta o a la larga, termina en mayores cargas
para la población. Y en el caso de la deuda, las aventuras de los gobiernos son
financiadas con la riqueza de los ciudadanos de otras latitudes.
Entonces, si para proveer un bien común se debe generar un “mal” a otros o a
todos los ciudadanos, ¿qué clase de “bien” es ese? ¿Se alcanza así el bien
común?
Como vimos en los ejemplos al principio
del texto, todo bien que se pretenda establecer como común puede ser necesitado
de distintas maneras por los individuos; puede ser aprovechado de distintas
maneras; puede que sea valorado menos que otros bienes, o directamente que no
sea ni siquiera valorado.
No existe ningún bien que pueda ser
catalogado como común. Si llegara a serlo, como el caso del agua, el aire y
algunas cosas más, es una simple casualidad que son bienes comunes a todos los
individuos, y puede que para alguno, en algún determinado momento, sean
infravalorados frente a otros bienes, debido a otras necesidades o a que las
mismas necesidades son afrontadas de distintos modos.
Por más buenas intenciones que existan,
tomar decisiones gubernamentales con la idea de proveer el bien común, en mayor
o menor medida, ocasionará “males” a algunos o a todos los individuos que
componen la sociedad. Y si por buscar el común, se daña el individual, no hay
individual, no hay común… y no hay bien.
La libertad individual es el único
camino para alcanzar aquellas cosas que le hacen bien a los individuos. Dicha
libertad incluye el relacionarse con otros, para intercambiar bienes, para
dividirse tareas, para que cada uno, con sus propios intereses y necesidades,
alcance su propio bien. Cualquier intervención en ese libre accionar de los
individuos, ocasiona distorsiones, daños, y hasta anula por completo la
posibilidad de alcanzar el bien individual que, sumado a los bienes
individuales de cada una de las demás personas, podría considerarse como bien
general.
Es entonces que el bien general no se establece; al bien general se llega cuando todos los individuos han alcanzado sus propios bienes individuales.
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